La violencia económica es una realidad cotidiana que afecta a muchas mujeres alrededor del mundo. Este tipo de violencia se manifiesta cuando se minimiza o invisibiliza el trabajo no remunerado que las mujeres realizan en el hogar, perpetuando una dinámica de poder desigual que las coloca en una posición de dependencia económica. En nuestra sociedad, el rol tradicional de las mujeres como amas de casa y cuidadoras ha sido históricamente subestimado y desvalorizado. El trabajo doméstico y el cuidado de los hijos son tareas esenciales para el funcionamiento de cualquier hogar. Sin embargo, cuando las mujeres asumen estos roles, a menudo son etiquetadas como “mantenidas”, perpetuando el mito de que no contribuyen económicamente.
Esta percepción es no solo injusta, sino también peligrosa, ya que ignora el valor económico y social del trabajo no remunerado. El hecho de que un hombre pueda salir a trabajar libremente y desarrollar su carrera profesional se debe en gran medida a que hay alguien en casa que se encarga de las responsabilidades domésticas y del cuidado de los hijos. Es fundamental reconocer que la contribución de las mujeres al hogar va más allá de la simple administración de tareas. Están proporcionando un servicio invaluable que, si fuera externalizado, implicaría un costo significativo. Guarderías, servicios de limpieza y transporte para actividades extracurriculares de los niños son solo algunas de las áreas que se verían afectadas si las mujeres no estuvieran presentes en el hogar.
Sin embargo, estos servicios son a menudo tomados por sentado y no se les asigna el valor que merecen. El reconocimiento de este trabajo es esencial para combatir la violencia económica. Los hombres, en su mayoría, creen que con proveer económicamente al hogar es suficiente y no siempre muestran gratitud por las labores domésticas realizadas por sus parejas. Esta falta de reconocimiento perpetúa un ciclo de invisibilización y desvalorización del trabajo doméstico. Para muchas mujeres, esto se traduce en una falta de autonomía económica y en una dependencia financiera que puede tener serias repercusiones en su bienestar y en su capacidad de tomar decisiones independientes.
La solución a esta problemática no es sencilla, pero comienza con un cambio de mentalidad y un reconocimiento del valor del trabajo no remunerado. Es necesario que tanto hombres como mujeres reconozcan y valoren el esfuerzo y la dedicación que implica mantener un hogar. Además, las políticas públicas deben reflejar esta realidad, proporcionando apoyos y servicios que reconozcan el trabajo doméstico como una contribución económica real.
La educación también juega un papel crucial en este proceso. Desde una edad temprana, se debe enseñar a los niños y niñas sobre la importancia de compartir las responsabilidades domésticas y de valorar el trabajo no remunerado. Solo a través de un cambio cultural profundo podremos avanzar hacia una sociedad más equitativa y justa, donde el trabajo de las mujeres en el hogar sea reconocido y valorado adecuadamente.
La violencia económica es una forma insidiosa de opresión que sigue afectando a muchas mujeres en la actualidad. Es imperativo que como sociedad reconozcamos y valoremos el trabajo no remunerado que las mujeres realizan en el hogar. Solo así podremos avanzar hacia una verdadera equidad de género y asegurar que todas las personas, independientemente de su rol en la sociedad, sean tratadas con dignidad y respeto. El reconocimiento y la valoración del trabajo doméstico no remunerado no solo benefician a las mujeres, sino que también fortalecen el tejido social, fomentando una sociedad más justa y equitativa para todos.
Verena González
Lic. en Ciencias de la Comunicación
