Fallecido ayer.
Bien lo dijiste, hermano, “ésto no estaba en la película”. Hace un mes se cerraba la puerta de la ambulancia y tú miraste a mi madre y a nuestro hermano Jesús que se despedían de ti y tú de ellos, pero no sabíamos que era ¡para siempre! Recorriste, por última vez, la ciudad hasta un inmundo hospital que albergó tu vida y se quedó con ella. El mismo nosocomio que ha sido el cadalso de muchos seres queridos.
Resististe ver a los hombres y mujeres vestidos con trajes azules y verdes, con sus rostros escondidos, espantando la muerte. El Covid les quitó un poco del juramento de Hipócrates y, ahora, esos médicos y enfermeras juegan a ser pequeños dioses, pero incapaces de hacer milagros.
Era tu hija, la doctora que tomaba tu mano y se aferraba a la tuya con un guante de látex y te decía: ¡Vámonos a casa, papi!
Y tus nueve hermanos y nuestra madre y toda la familia orábamos, esperábamos y gritabamos ¡tú puedes, carnal! ¡tú puedes!, porque nunca dejamos de tener fe en que despertarías y e irías a casa para retomar tu vida y ver crecer a tu nieta, a quien tanto amas.
Mi madre te esperó todos los días. Decía que en cualquier momento abrirías la puerta principal que da a la calle y entrarías, como siempre, como antes de irte.
Pero la realidad era otra, a partir de ese primer día que llegaste al hospital, dormiste y dormiste por semanas, aferrado a tubos que te daban vida, entre sueros y alimento líquido.
Te vi en una fotografía y quise correr y traerte a casa. Quise sacarte de ese lugar que te robaba la dignidad y reunirnos, como siempre, a platicar por horas, reconciliarnos y escuchar tus anécdotas de esos trabajos difíciles que dominabas en tu profesión donde fuiste un verdadero genio.
Ayer decidiste dejar de pelear. Ahora yo te digo “eso no estaba en la película”, faltaron horas y horas de estar recordando los chistes de siempre y reírnos como si fuera la primera vez que los escuchábamos; recordar la niñez y nuestras vagancias de adolescentes; recordar que somos hermanos.
Quiero decirte lo mucho que me dolió tu partida. Ahora sí, me la jugaste. Te despido con un abrazo fuerte, mi querido carnal. Mi querido hermano. Mi querido Melón.
Y que razón tenías, eso no estaba en la película y nos dolió mucho.
Rafael Navarro Barrón
Periodista y Analista Político.
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