Para entender la magnitud del problema y el riesgo que significa la tragedia del fentanilo es importante recordar algunos datos relevantes en torno a este fenómeno.
El potencial adictivo de los opioides es conocido desde hace cientos de años; cualquier sustancia de este tipo utilizada más allá de unos cuantos días resulta en tolerancia y dependencia física y psicológica.
Paradójicamente, el fentanilo utilizado correctamente es una sustancia de grandes propiedades terapéuticas a la fecha no sustituidas por ninguna otra.
La prescripción desmedida de analgésicos opioides legales, que inició en la segunda mitad de la década de los noventa en los Estados Unidos de Norteamérica, culminó con una penetración social intensa de la adicción a estas sustancias.
Pronto emergió un mercado negro, inicialmente de medicamentos “reales” obtenidos de una farmacia y desviados de su uso legítimo, pero que eventualmente fueron sustituidos por la heroína y después por el fentanilo.
Entre el 2000 y el 2010 se volvió evidente que el abuso de estos medicamentos constituía un serio problema social y empezaba a ser otro de salud pública en nuestro vecino del norte. Podemos afirmar que, como consecuencia directa de los intentos por contener la epidemia incipiente, diversos factores dieron pie a que muchos pacientes pasaran de consumir opioides de grado farmacéutico a consumir heroína y eventualmente fentanilo.
Como respuesta, los grupos de la delincuencia organizada inundaron inicialmente el mercado norteamericano de heroína. Sin embargo, en pocos años terminó por predominar el fentanilo; pues su rendimiento por peso, como su potencia, es muy superior al de otros opioides comúnmente traficados y se produce de forma totalmente sintética. No se requiere de un precursor vegetal, por lo que para fabricarlo se vuelve innecesario el uso y por tanto el cultivo de la amapola.
Como todos los mercados ilegales incluyendo los relacionados con sustancias adictivas, el de los opioides estuvo y continúa estrechamente vinculado con el crimen y con la destrucción del tejido social en ambos lados de la frontera.
El fentanilo no solo sustituyó a la heroína directamente, sino que también provocó el surgimiento de un mercado de píldoras falsas que simulan ser opioides de grado farmacéutico; además de que en años recientes se ha comenzado a utilizar para “cortar” otras drogas como la cocaína con el fin de volverlas más atractivas y adictivas.
De no controlarse, el impacto del tráfico informal de fentanilo en nuestra sociedad puede ser muy alto, sin que todavía se haya manifestado el pleno potencial de devastación social de esta sustancia. Debemos impedir su arraigo en México y vernos en el espejo de nuestro vecino del norte, dónde las muertes por sobredosis en 2021 superaron las cien mil con una tendencia exponencial al alza.
Por lo anterior, en el Senado de la República aprobamos el pasado 28 de abril la minuta con proyecto de Decreto por la que se reforman, adicionan y derogan diversas disposiciones de la Ley Federal para el Control de Precursores Químicos, Productos Químicos Esenciales y Máquinas para elaborar cápsulas, tabletas y/o comprimidos, que tiene como propósito principal a través de la coordinación gubernamental e interinstitucional, la actualización de sanciones administrativas y la tipificación de delitos, el mejorar la prevención, detección del desvío o uso indebido de precursores químicos utilizados en la producción ilícita de drogas sintéticas, como el fentanilo.
Debemos contribuir a combatir el rezago en materia de salud y también cumplir con el Plan Nacional de Desarrollo 2019-2024, así como con los compromisos adquiridos por nuestro país al haber firmado el 2015, junto a otros 193 Estados miembros de la Organización de las Naciones Unidas, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
Rafael Espino
De Chihuahua. Abogado fiscalista. Consejero Independiente de Petróleos Mexicanos. Senador de la República por Morena.
