Los asiduos usuarios de redes sociales nos topamos, con una frecuencia que resulta espantosa, con imágenes que hacen “patinar” nuestra mente cuando trata de dilucidar si lo que vemos son extractos del tráiler de alguna película o programa de televisión que recrea las correrías de narcotraficantes famosos, o es la simple cotidianidad.
Podemos ver en la pantalla de nuestra computadora, teléfono inteligente y a veces en la televisión como es que personas, en solitario o grupo, gritan consignas contra sus enemigos blandiendo sendos “cuernos de chivo” o las usuales escuadras calibre .40 o 9 milímetros, según sea la preferencia del mafioso.
En ocasiones estos personajes se graban disparándolas al aire, aunque en casos más graves lo hacen en contra de otros semejantes, quienes caen muertos o heridos ante los espectadores.
En las escenas se ven también a hombres o mujeres interrogados por una voz off cámara quienes -en la mayoría de las ocasiones- recitan un guion que les escriben en cartulinas utilizadas como teleprompter. Sus “confesiones” resultan tan antinaturales que el público pone en duda la veracidad de su contenido.
Mientras, el intelecto de los testigos digitales sigue buscando entre esas imágenes algún indicio que le indique si está presenciando escenas del siguiente capítulo de alguna narcoserie o se trata de un hecho real, disyuntiva que siempre resulta espeluznante.
Por desgracia, muchas de esas escenas son reales y se puede apreciar con toda la crudeza humana como víctimas y victimarios son protagonistas de un show que presentan sin censura alguna ante una masa que parece ávida de narcoinformación.
En la actualidad, el inconmensurable contenido de las redes sociales expone ante la sociedad la violenta realidad que se vive en nuestro país, además de la que se sufre en el resto del mundo, con la particularidad de que en México el fenómeno fue generado por años y años de corrupción, impunidad y desatención hacia la población vulnerable.
A ese cóctel hay que agregarle la carencia de empleo bien remunerado, lo que propicia que cientos de miles de mexicanos busquen el sostén de sus hogares de muchas formas, incluidas varias ilegales como el narcotráfico, circunstancia que genera otras situaciones de conflicto como el homicidio, secuestro, extorsión y demás actividades consideradas como graves por la legislación mexicana por el daño que provocan.
Regresando al punto, las redes sociales también fueron tomadas ya por quienes, de forma individual o grupal, se dedican a delinquir en un franco reto a la sociedad, que se transforma en su víctima perfecta ante una autoridad indolente que, según se percibe, se dedica más a contar los delitos y a defenderse de las críticas ciudadanas acerca de su pobre desempeño.
Los videos y fotografías donde hombres y mujeres hacen gala de las armas que portan, son un claro y evidente reflejo de la impunidad bajo la que actúan, gracias a la corrupción y podredumbre de las autoridades locales y federales en todo el territorio nacional.
Por circunstancias como las referidas, los ciudadanos atestiguan episodios como el protagonizado por cuatro hombres que subieron un video a las redes sociales para jactarse de su poderío y ponerse en evidencia ante todos: sus enemigos, sus amigos, la sociedad en general y las autoridades. Uno de ellos fue asesinado a principios de este mes.
La escena fue difundida por redes sociales y los protagonistas supuestamente trabajan para una organización criminal, se desprende de la imagen, que dura 23 segundos, en la que mencionan que están listos “para la guerra” en Sonora.
Medios de comunicación de esa entidad refieren que la primera semana de julio uno de los personajes de ese video, identificado como Francisco Aparicio, de 32 años, murió luego que recibió cuatro balazos calibre .40 en un atentado.
Semanas antes, figuró como el copiloto del vehículo en el que se transportaba el comando, equipado con chalecos antibala y armas de grueso calibre.
Ya acostumbrados a este tipo de hechos, los mexicanos seguimos consumiendo capítulos de la narcocultura, manifestación que se filtra hasta cualquier lugar donde haya acceso al internet y a las redes sociales, cuyo uso está muy generalizado en el país.
En número, el alcance del internet llega a 82.7 millones de mexicanos de los casi 120 millones que habitamos el territorio nacional, establece un estudio acerca de los hábitos de usuarios digitales presentado este año por la Asociación de Internet MX.
Imagínese usted los alcances que tiene esta herramienta y los contenidos que se vierten a través de ésta. Los criminales ya saben que al publicar sus videos y exponerlos de forma abierta ante la comunidad nacional no pasará absolutamente nada, porque las autoridades simplemente no llegan a ubicarlos ya sea por limitaciones técnicas, negligencia, desinterés o complicidad. Vaya usted a saber.
Lo cierto, es que la audiencia mexicana es testigo de cómo las organizaciones criminales o delincuentes de menor monta se jactan de su forma de vida. Al parecer, en México los delitos ya no son una cuestión de comisión oculta, sino totalmente abierta y expuesta a través de las redes sociales, desde donde le sacan la lengua a todo mundo. Si tiene alguna duda, abra su Facebook o WhatsApp, tarde o temprano le llegará el sensible material que por esos medios se difunde.
Bajo esas circunstancias, la narcocultura y la violencia que genera ya no sólo es materia de los medios de comunicación o de la realidad que atestiguamos porque ya se apoderó, también, del veloz y contundente ciberespacio.
Martín Orquiz
Periodista en Ciudad Juárez, desde donde ha publicado para el periódico El Fronterizo, El Diario de Juárez y la revista Newsweek. Se ha desempeñado como reportero, coordinador de información y editor. Es comunicólogo por la Universidad Autónoma de Chihuahua y tiene una maestría en periodismo por la Universidad de Texas en El Paso. Recibió el Premio María Moors Cabot 2011 –en equipo con la redacción de El Diario de Juárez–, también es coautor del libro colectivo ‘Tu y yo coincidimos en la noche terrible’
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