A pesar de que ya era una figura consolidada en muchos países, en México tardó en llegar. Cierto es que en distintos momentos de las últimas 4 décadas diversos politólogos y analistas habían desarrollado diversos debates sobre la pertenencia de abrir la legislación a esta figura política que se vislumbraba como una esperanza para oxigenar la vida política en México.
Para muchos, era la oportunidad de empoderar a los ciudadanos y encarnar el auténtico significado de la democracia entendida como: “El poder del pueblo y para el pueblo”. Esa vía que permitiría rebasar estructuras anquilosadas y perpetuadas en el poder que han asfixiado las posibilidades del ejercicio del poder fuera del statu quo.
Hablamos de las candidaturas independientes, las cuales fueron concebidas como un punto de inflexión a la partidocracia como única vía de acceso al poder. Sería el 23 de mayo del 2014 cuando se publicó en el Diario Oficial de la Federación, la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales, la normatividad relativa a las candidaturas independientes, esquema que replicarían casi en su totalidad los congresos estatales.
A su llegada, las candidaturas independientes fueron recibidas con gran júbilo y esperanza. Para muchos de nosotros se abría una posibilidad de librarnos de los políticos tradicionales, los corruptos, los ineficientes, los que habían hecho del apoltronarse en una silla parasitariamente su forma de vida. De aquellos que solo representaban los intereses propios y de grupúsculos.
Siendo el 2016 cuando las candidaturas independientes irrumpen con fuerza en las elecciones de todo el país, ya para el 2015 habían marcado un hito al lograr Jaime Rodríguez Calderón, convertirse en gobernador de Nuevo León a través de la figura independiente. Pero será el año siguiente, el 2016 cuando aparece la fiebre de los candidatos independientes, haciéndose con varias presidencias municipales en el país y algunos espacios en Congresos estatales.
Pero la realidad dio paso rápido a la decepción, que más que decepción fue la toma de conciencia de haber sido (en una buena parte de los casos) estafados, engañados. Más pronto que temprano las candidaturas independientes demostraron haber sido utilizadas como un artilugio más de políticos tradicionales molestos con las decisiones de las dirigencias de sus partidos, como una rabieta o estrategia para torpedear el camino a un contrincante, o meramente un nuevo espacio de hacerse con el poder.
En casi nada encarnaban el antiguo espíritu independiente, aquel ideal que luchaba por espacios donde los ciudadanos comunes pudieran acceder dirigir sus comunidades libres de la dictadura de partidos. Pronto demostraron que en poco o casi nada eran distintas a todo lo que se criticaba a los partidos políticos, en realidad las candidaturas independientes son estructuras paralelas y filiales de estos.
Mírese por dónde se mire, no se encuentra gran diferencia. A unos cuantos meses de un nuevo proceso electoral donde se renovarán 15 gubernaturas, presidencias municipales, 500 diputados federales y congresos estatales. Los independientes brillan por su ausencia. Si bien, la figura sigue presente y contemplada, como una opción para aparecer en la boleta de elección, lo es meramente como una estrategia política, pero no como auténtica opción ciudadana. Carecen de la legitimación popular, nacen como hijas bastardas de los partidos políticos y es tanta la decepción que han causado estas figuras una vez electas y en el ejercicio de la actividad pública, que han dejado de ser candidaturas atractivas. De ahí que las candidaturas independientes no sean la primera opción para los aspirantes a un cargo público, en especial en aquellos que ya cuentan con cierta trayectoria política quienes fieles a su ADN juegan el juego del poder sin entender a los ciudadanos.
En poco tiempo demostraron ser más de lo mismo, no solo en su composición y origen, sino en la parte más importante; en el gobernar. Pues en tiempo récord mostraron sus verdaderos colores.
Y que no se mal entienda este artículo, la figura independiente no solo es necesario, sino realmente constituye en sí misma una esperanza para nosotros los ciudadanos que amamos nuestra ciudad, nuestro país, los que estamos convencidos de que otro México es posible, los que privilegiamos la capacidad y el esfuerzo, los que creemos en un país moderno y competitivo.
Las candidaturas debieran suponer ese espacio para los ciudadanos que no pertenecen a las mafias en que se han convertido los partidos políticos, para quienes no han hecho del erario su forma de vida. Aquellos que quieran participar para aportar sus conocimientos y experiencias. Para ciudadanos que no cuentan con el rancio pedigrí familiar partidista, ni están apadrinados, ni han vendido hasta el alma con tal de mantener un “hueso”
El problema de las candidaturas “independientes” es que el mismo que hace la ley hace la trampa. Pues prácticamente la ley les brinda el mismo tratamiento en cuanto al registro y desarrollo de las campañas políticas cuando son obvias las grandes diferencias que existen entre ellos. Los partidos cuentan con una estructura constituida por años, mientras que los independientes son estructuras temporales, pero lo más importante y demoledor al final son los recursos materiales. Los presupuestos que año con año reciben los partidos simplemente no hay manera de competir con ellos.
Sumando a esto, las firmas ciudadanas que deben presentar los candidatos independientes es un número excesivo del 3 por ciento del padrón electoral, mientras que el estándar internacional es dentro del 1 por ciento, aun cuando la firma y la presentación de la credencial para votar no puede darse como una expresión del voto como tal.
La figura independiente es un buen paso para el empoderamiento ciudadano, si bien, no se le ha dado el mejor uso, hay varios casos de jóvenes independientes que buscan dirigir distintos municipios, en especial en la Ciudad de México y al sur del país, proyectos auténticos y sentidos que buscan transformar el quehacer público.
Lamentablemente una golondrina no hace verano. Hay mucho aun que transitar en el marco de las candidaturas independientes para que realmente encarnen el deseo con el que fueron concebidas y dejen de ser un subterfugio de grupos políticos para aferrarse al poder. Los mecanismos deben ser abiertos y perfeccionados para que sean una eficaz herramienta en manos de gente común, en gente que quiere participar, decidir, pero no encuentra el cauce, aquellos que no tienen un lugar dentro de un partido, pero están llenos de talento.
Quienes ostentan el poder no desean que conozcamos y mucho menos que alcancemos por nosotros mismos los mecanismos para auto gobernarnos, nos prefieren sometidos, ligados a ellos, despojados del poder.
Recuperemos la figura independiente, como un auténtico instrumento ciudadano y no el remedo de “filial” de los partidos. Hoy más que nunca los ciudadanos debemos de cuidar y preservar de los espacios ganados, así como de perfeccionarlos y no dar un solo paso atrás. El futuro no está en los partidos políticos, el futuro está en la polis y sus ciudadanos.
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