Crímenes atroces, de una crueldad aberrante que excede todo lo imaginado para infundir terror a las víctimas y a los enemigos, saciando los peores instintos de los torturadores y asesinos, se cometen cotidianamente en nuestro país y cada vez con mayor violencia desde hace al menos dos décadas.
La crueldad homicida es tan monstruosa que se asemeja a la que sufrieron las víctimas de la Inquisición y del holocausto fascista, en las épocas más negras de la historia de la humanidad.
Pareciera exagerada tal afirmación. Los hechos, desgraciadamente, confirman que esta es la realidad de México bajo el imperio del crimen organizado.
La semana concluyó con 660 asesinatos en el país (en promedio de 94 homicidios dolosos diarios, según cifras oficiales del Secretariado del Sistema de Seguridad Nacional), y cerró con un acto criminal abominable el domingo 23 de junio.
Tras un enfrentamiento a balazos de más de dos horas entre dos grupos criminales antagónicos en Rosario Tesopaco, Sonora, que causó pánico en la población la madrugada del viernes 21 de junio, a partir del domingo se divulgó en redes sociales y en algunos medios de comunicación un narcovideo con imágenes cruentas de tres hombres capturados por el grupo criminal enemigo, que son golpeados brutalmente. Después de torturarlos, les mutilan los testículos, se los colocan en la boca obligándolos a comerlos y luego los matan cortándoles la cabeza.
Escalofriante crimen, como tantos homicidios dolosos perpetrados en este país, donde ya es noticia cotidiana el hallazgo de fosas clandestinas con restos humanos de víctimas que suman miles; aquí donde más de 250 mil hombres y mujeres fueron asesinados en los sexenios de Calderón y Peña Nieto, aquí donde permanecen desparecidas 40 mil personas… aquí donde el recuento de atrocidades es interminable.
Jugar a matar
En este contexto de violencia y horror, atrajo la atención esta semana otro video también difundido por diversos medios de comunicación, con imágenes de un grupo de niños y adolescentes, entre ellos una jovencita, que empuñando armas de juguete simulan un tiroteo en una de las calles de la Colonia Morelos, cercana al famoso barrio de Tepito de la Ciudad de México
Juegan a ser “sicarios”. Son niños de entre nueve y 12 años con pistolas y una metralleta falsas. Se disparan en repetidas ocasiones, se amenazan, se esconden detrás de los postes del alumbrado público y de los automóviles estacionados, recargan sus armas y se acribillan entre sí. Juegan el juego de matar.
Son imágenes perturbadoras.
En otro tiempo, ver a niños jugando con pistolas de juguete en la calle de un barrio cualquiera, no habría llamado la atención ni desatado polémicas. Habría sido tan normal como si estuviesen jugando con un balón de fútbol.
Ahora, los juegos con juguetes bélicos adquieren un significado obscuro y encienden alarmas debido a los altos índices de violencia criminal que sufre la población.
En países latinoamericanos, como Colombia en 1990 y en Venezuela posteriormente, incluso han aprobado leyes que prohíben la fabricación y venta de armas de juguete y videojuegos para niños que incitan a la violencia.
En la comunidad europea desde 1982 se prohibieron los juguetes bélicos. En Alemania y España no se permite la publicidad de estos productos.
Especialistas en psicología y psiquiatría, afirman que el juguete es el reflejo de la sociedad en la que vive el niño, en los juegos y en los juguetes se reproduce el universo de los adultos, por lo que son también un factor de acondicionamiento ideológico.
El juguete, sin embargo, no constituye lo esencial del juego sino un medio para jugar. Posee una simbología, es el reflejo de las relaciones afectivas e imaginarias. Las niñas y niños no desean necesariamente un juguete para jugar; el juguete puede ser solamente un pretexto, un símbolo.
Sería un error considerar que el simple hecho de los niños jueguen con juguetes bélicos significa que pueden convertirse en criminales. La conducta violenta y criminal obedece a múltiples factores.
Chihuahua se ha conmocionado por actos criminales sanguinarios, cometidos por niños que juegan a secuestrar y a matar.
El 12 de mayo de 2015, en la colonia Laderas de San Guillermo, de la ciudad de Chihuahua, cinco adolescentes de 12 a 15 años, entre ellos dos mujeres, mataron a un niño de seis años “jugando al secuestro”.
Cristopher Raymundo fue la víctima. Los adolescentes, que eran sus vecinos, lo invitaron a recoger leña en el arroyo cercano a su casa, donde empezaron a jugar a que lo secuestraban. Ataron al niño con un mecate y empezaron a patearlo, la violencia fue creciendo y lo golpearon en el rostro con piedras, luego lo estrangularon sofocándolo con un palo en el cuello y una niña lo apuñaló por la espalda. Cavaron un hoyo, enterraron su cadáver boca abajo y cubrieron la improvisada tumba con ramas y un perro muerto para disimular el olor.
El cuerpo de Cristopher fue localizado dos días después, a partir de que uno de los niños, movido por el remordimiento, confesó el crimen a su madre y ella lo reportó ante las autoridades.
Feggy Ostrosky, jefe del laboratorio de Neuropsicología y Fisicopsicología de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México, autora del libro “Mentes asesinas, la violencia en tu cerebro”, quien ha investigado científicamente la mente de mutiasesinos en México, entre ellos el caso de Edgar Jiménez Lugo, “El Ponchis”, conocido como el niño sicario que torturó y asesinó a seis hombres, y que fue ejecutado a la edad de 15 años, dijo que el asesinato del niño Cristopher es el que más la ha impactado, porque fue convertido en un objeto, en una cosa “lo cosificaron, fue terrible, no nada más es jugar, lo ahogaron, le sacaron un ojo, le cortaron un cachete, lo entierran boca abajo, hay dolo, ni siquiera los narcos entierran a sus enemigos así, lo tapan y ponen un animal encima”,
Ostrosky coincide con neuropsicólogos de diversas nacionalidades que consideran que en la población mundial, incluida obviamente la mexicana, entre el uno y el tres por ciento es psicópata.
“La violencia en el entorno social y la familia es el detonante que activa las conductas criminales de los psicópatas”, dijo Ostrosky.
El asesinato cometido por niños y adolescentes que jugaban al secuestro fue posible porque entre ellos había un líder psicópata y los demás actuaron como sociópatas.
Estos trastornos de la personalidad no necesariamente generan conductas criminales. Si bien es cierto que los asesinos seriales son psicópatas, y que los crímenes más horrendos son cometidos por psicópatas, no todos los psicópatas son criminales.
La principal diferencia entre sociópatas y psicópatas -dijo la doctora Ostrosky en entrevista que le hicimos en Ensenada, Baja California al concluir una conferencia magistral en 2013-, es que los psicópatas nacen con esos trastornos de personalidad y nada hay que pueda curarles, mientras que los sociópatas empiezan a delinquir motivados directamente por el entorno familiar o social, pero pueden ser sujetos de readaptación social.
De ahí que bajo condiciones de violencia extrema en las sociedades, se cometan cada vez más crímenes y con mayor crueldad, que enferman a las sociedad y, a la vez, son consecuencia de una sociedad que detona psicopatías.
Es importante comprender la diferencia que existe entre la violencia y la agresividad. Todos los mamíferos, incluidos los seres humanos, nacen con un equipamiento biológico que incluye la agresividad como mecanismo de defensa ante el peligro, y se aprende a utilizar y contener la agresividad de diversas formas, incluidos los juegos durante la infancia.
La violencia, en cambio, es producto de varios factores del entorno social y tiene como objetivo hacer daño a otros seres, sean personas o animales.
La violencia escala, además, grados superiores de crueldad. Masacres y homicidios terribles, con personas decapitadas, desmembradas, quemadas vivas, cuerpos deshechos en ácido, rostros desollados y una gran cantidad de mujeres víctimas de violación sexual y de la máxima expresión de odio de género, los feminicidios, son crímenes cotidianos.
Lo cierto es que los niños están jugando juegos cada vez más violentos, incitados por la realidad que ven en su entorno. De una manera aberrante y extrema, niños y niñas están poniendo en sus juegos esta realidad que viven en sus hogares, en la escuela, en la calle, en los medios en todo los lugares y en cualquier parte.
Después de más dos décadas de violencia generalizada y cada vez más cruenta, como la que se continúa viviendo en la frontera norte y en gran parte de la República, se requieren otros 20 años para que la sociedad recupere su salud mental. Así lo han afirmado psicólogos y psiquiatras del Colegio de la Frontera Norte y de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en estudios multidisciplinarios sobre los estragos causados por la guerra contra el crimen organizado que aplicaron los gobiernos de Calderón y Peña Nieto.
Marie Leiner de la Cabada, catedrática de la UACJ, en su libro de dos tomos “Niñez en riesgo; el impacto de la violencia en Ciudad Juárez”, documenta cómo la violencia y el estrés “sembraron una semilla de destrucción en los niños y adolescentes entre los 2 años y los 16 años”.
Son niños “bomba”, fruto de la violencia, como dijo la especialista. Y lo peor está por venir.
“Creíamos que algunos de esos crímenes ocurrirían hasta dentro de siete o diez años más, cuando los niños que vivieron esta violencia tuviesen más de 14 años, pero se están dando casos de acoso sexual incluso por parte de niños de siete años”, comentó Leiner cuando escribió su libro…Cristopher, el pequeño de seis años aún no había sido asesinado por sus vecinos que lo agarraron de juguete para “jugar al secuestro”.
Existen tres edades críticas en el desarrollo de las personas violentas o criminales: la primera edad de uno a tres años; la segunda entre los cinco y seis años; y la tercera a los trece años. Son las edades en la que el juego y los juguetes resultan fundamentales en la formación de los niños.
Quizá es tiempo ya de que todos, padres de familia, maestros y autoridades, tomemos en serio los juegos que están jugando los niños.
Olga Aragón
Periodista originaria de Chihuahua capital, ejerciendo su labor periodística en la Ciudad de México, en los estados de Chihuahua y en Baja California, siendo publicados en El Norte de Ciudad Juárez, El Heraldo de Chihuahua, El Diario de Juárez, El Diario de Chihuahua y Newsweek. Actualmente se desempeña como directora editorial del periódico digital 4Vientos.net y del programa en vivo 4V-TV producidos en Ensenada, B.C. y colabora en reportajes especiales para la revista Proceso.
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