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    noviembre 1, 2024 | 20:51

    La antigüedad también es verde

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    Desde siempre, la antigüedad en obras, monumentos, y demás artilugios, abarcan la mayoría de los denominados patrimonios de la humanidad. Y sin demeritar ninguna de las maravillas que ha dejado la evolución de nuestra peligrosa e intrigante especie, si uno repara en pensarlo, vaya que resulta curioso: la especie humana valora y admira más la antigüedad en edificaciones hechas por el hombre y su variopinta raza, que las maravillas naturales del planeta mismo.

    Ese rasgo posiblemente ya nos dice algo, o se presta a hacerlo. Evidencia nuestro ego humano. El admirarnos a nosotros mismos sobre todas las cosas de la faz de la tierra. Sucede que el ego, ese evolucionado y a la vez primitivo elemento, las demás especies no lo tienen al menos en tales cantidades industriales. No por algo algunos gobernantes despilfarran millones de pesos -mismos que podrían destinarse en rescatar de la pobreza y la miseria a miles de familias- en colosales estructuras. Es cimentar la desbordada egolatría del político con acero sólido. Actos que en países como en Luxemburgo –que cada uno de sus ciudadanos goza de un elevado nivel de vida- serían mejor recibidos, pero, en México, la egolatría de sus gobernantes es igual de exacerbada que la pobreza de su clase más baja.

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    Algo de ello queda evidenciado recientemente en distintos puntos del estado Chihuahua.

    Pero bueno, volvamos al pasado cual Marty McFly en una ilusoria continuación de “Back To the Future III”, “Volver al Futuro 4: Las tierras de Pancho Villa”, que igual que la última de la fantástica trilogía, también estaría ambientada entre carretas, escopetas y caballos en medio de un desierto.

    ¿Sabía usted cual es uno de los monumentos y artilugios más antiguos de todo el estado?, pues fíjese usted, por lo pronto en la capital chihuahuense destaca sobre la Catedral del Centro Histórico, el Palacio de Gobierno y la casa de Francisco Villa juntos. A su vez, no son las instalaciones de lo que hoy es el Museo Casa Chihuahua, no es la exquisita Quinta Gameros, ni los techos y paredes de las revolucionarias Quintas Carolinas.

    Ese ‘artilugio’ milenario, tampoco tiene que ver con la leyenda de la Pascualita, que, cierta o falsa, se trata de una intrigante, densa y longeva macabra leyenda sobre un maniquí femenino, y que forma parte del ADN histórico de Chihuahua.

    Y no. No es el Templo de San Francisco, aunque sí sea el monumento religioso más antiguo.

    Y aquí el punto:

    En realidad, el monumento más antiguo de Chihuahua no es siquiera la mitad de reconocido que los monumentos y elementos mencionados. Y no lo es por un factor muy simple: la mayoría de la población no lo asocia con sus estandartes y símbolos chihuahuenses. Ciertamente que tampoco es la casa de nuestros abuelos ni nada que tenga que ver con la evolución de la tecnología moderna.

    Fíjese, que yo hasta no hace mucho lo desconocía por completo: uno de los monumento más antiguos en todo el estado territorialmente más grande del país -y, seguro, junto a las Cuarenta Casas, ubicadas en la Sierra Tarahumara- pues es una cruz, simple, de aproximadamente unos 50 centímetros de altura, y está hoy en día burdamente ceñida de verde. Pero vaya que tiene su historia.

    Tanto tiene de historia, que si pudiera hablar, no sólo nos contaría a los vivos lo que recuerda sobre la formación de la ciudad, sino que, en clases de historia, hasta la señora Catedral del Centro Histórico de Chihuahua se vería derrotada.

    Pero para conocer a fondo sobre su importante historia, qué mejor que el reportaje de la periodista, escritora, y reportera chihuahuense Flora Isela Chacón, quien, trabajando en uno de los periódicos de la capital de la entidad, investigó ya, un par de años atrás sobre este monumento que data de 1785:

    “Según se ha contado por más de 200 años de generación en generación, fue colocada únicamente con dos maderos de encino por el primer hombre que pasó por el lugar.  La gente cuenta que el lugar donde se ubica, el cruce de las calles Victoria y Aldama, era un frondoso bosque donde los guamis, chamizales y mezquites, se hacían una sola arboleda, y a medida que se acercaba al río Chuvíscar era posible admirar grandes álamos y sauces llorones, que bordeaban una zona donde no existía seña alguna de un futuro poblado, y donde, por consecuencia, el peligro de ser atacados por los apaches y comanches era constante.

    Parte de la leyenda cuenta que en ese entonces estos grupos se dedicaban a rondar las misiones, como la de Nombre de Dios, fundada en 1697, saqueando sus construcciones y asesinando a sus moradores, para luego dejar constancia de su poderío, colgando su cabeza precisamente en la Cruz Verde, además de despellejar a cuanto peregrino transitaba por ahí.

    Sin embargo, con el correr del tiempo, de ser fiel testigo de todas las tropelías de los bárbaros, quienes no se detenían ante nada y así como martirizaban a los hombres, violaban a las mujeres; la Cruz Verde se convirtió de pronto en un lugar bendito: Los habitantes llegaban hasta ella, se persignaban y se encomendaban a Dios bajo su sombra, mientras rezaban con ímpetu en una oración que mucho llevaba de estoicismo y esperanza.”

    Flora Chacón así mismo, agregaba un dato que seguramente tampoco, como yo, usted sabía:

    “En una ocasión el hacendado don José de la Cruz Rodríguez, en aras de cumplir con una manda realizada, cambió los viejos maderos de la cruz por unos de hermosa cantera labrada; los pintó de color verde y colocó a su pie una fuente de aguas cristalinas. Esta acción fue muy bien recibida por todas las clases sociales, que entonces se abocaron por miles a dejar sus plegarias y agradecer los favores recibidos, que se le atribuían a la cruz.

    Tiempo después y debido a las múltiples remodelaciones que ha sufrido la ciudad, la cruz original fue derribada, colocando en su lugar una réplica que perdura hasta los días de hoy, cuando se cuenta que por las noches se aparece la sombra de “como un murciélago gigante”, provocando a quienes pasan por ahí de madrugada un escalofrío al sentir el azote de las alas en vuelo, que se dice, es el espíritu de don José de la Cruz Rodríguez, quien deambula implorando respeto para su amada cruz, la Cruz Verde de Chihuahua, que fue destruida.”

    Fuente: El Heraldo de Chihuahua

    Por Flora Isela Chacón y José Ogaz.

    Jose Ogaz Avatar
    José M Ogaz

    José Miguel Ogaz, es egresado de la Universidad Regiomontana de la Licenciatura de Comunicación Social y Maestría en Periodismo cursada en la Universidad Complutense de Madrid. Ha laborado en Milenio Radio, TV Azteca y en el departamento de Comunicación y Enlace de Medios para el otrora Senador de la República, Javier Corral Jurado.


    Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.

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