“En recuerdo de la diva del cine mexicano, María Félix, quien acuño la extraordinaria palabra mujerujos que en esta ocasión me ayuda a describir a muchos políticos y gobernantes mexicanos. Gracias Doña”.: el autor
Pululan en la vida pública, en el empresariado, en el periodismo y hasta en el crimen organizado. Siempre tienen los mismos rostros, usan las mismas frases, se pavonean con los mismos ademanes y posiciones públicas.
Son personajes del sexo masculino, que presentan una extraña patología: por una extraña malformación social, pareciera que les faltó concluir su proceso de hombría en el seno materno; nacieron y crecieron con una extraña vocación de ser lo que son: mujerujos.
Algunos no son gays y ni metrosexuales, son esa extraña mezcla, producto de la osmosis genética que los hace actuar con ciertos rasgos feminoides que al final les restan credibilidad y los exhibe como minusválidos hormonales.
En la guerra política convencen por un tiempo porque muestran cierta fascinación que los hace casi originales; con el tiempo decepcionan y se convierten en la antítesis de la vida pública.
Sus atributos se pueden describir con facilidad: cobardes, mentirosos, facinerosos, de doble ánimo, traidores, desleales, exagerados, manipuladores, soberbios, especialistas en crear problemas.
A la mayor insinuación sus reacciones son feminoides y denigrantes tanto para el hombre como para la mujer, a quienes imitan y de quien toman la provisión hormonal, mal enfocada, por cierto.
Por eso en México la política no avanza. Nos hemos encerrado en una mujerujocracia. Se estancó en un pantano de aviesos residuos fecales. Los que están definidos en la hombría de un pensamiento común, son desplazados porque no encuadran en esa corriente que floreció a la par de la llegada de ‘expertos’ que fascinaron al país con títulos de universidades de ‘prestigio’ en Estados Unidos.
Con los mujerujos se acabó la frontera entre los varones de la política. Esta letal corriente se metió hasta la cocina del narcotráfico. De allí las camisitas pegadas, los pantalones de marca, la estridencia como una forma de hacer violencia y la demostración de brutalidad para ocultar sus desavenencias hormonales y sus grandes temores.
Véalos actuar, hablar, dirigirse a la nación. Confirme sus versiones en Twitter y Facebook, siempre tienen una excusa, una razón para sustraerse de las responsabilidades. Siempre el otro o sus ‘colaboradores’ son culpables de sus yerros.
Cuando son gobernadores, su nivel de autoestima emocional decae tan profundamente, que terminan rodeados de guaruras con pinta de ‘hombres’ reales, para fortalecer su esquelética posición varonil. Son incapaces de combatir el crimen organizado porque están como castrados, llenos de terror y bajo sus camas dormitan los fantasmas de otros igual que ellos que rechinan los dientes tan solo en pensar que uno de los delincuentes tomará represalias.
En la función pública siempre posponen las soluciones. Su tendencia es pelear con sus adversarios, reñir en duelos de medias de licra, usar frases rimbombantes que denoten un falso poder político y social. En su enfermiza visión seudo innovadora creen estar transformando el futuro, no únicamente el de México, sino el del mundo entero. Por eso se creen visionarios en los foros de Naciones Unidas.
México logrará cambiar el proyecto de gobierno cuando se asuma la responsabilidad social, política y económica, que estemos libres de ese lastre humano que se apoderó de las instituciones.
La conjetura no deja motivo a dudas. Estos esnobistas de la política de marras no cambiarán nunca, su genética fue afectada por una malformación social y cultural que los marcó para siempre.
El próximo proceso electoral nos ayudará a modificar esquemas gubernamentales que se han podrido, que hieden ya; dejaremos atrás tendencias políticas y modelos de administración pública llenos de ocurrencias.
No únicamente nos libraremos de los corruptos que se aferran a los poderes fácticos y facciosos del país sino que tenemos la gran posibilidad de dejar fuera a los mujerujos que no tendrán otro remedio que ponerse a llorar como plañideras.
Y aquí debemos de tener oídos fuertes para que esos gritos confusos y estridentes no nos hagan regresar a estos tiempos nefastos, a estos errores históricos, que deben de ser enterrados para siempre de la historia de México.
Rafael Navarro Barrón
Periodista y Analista Político.
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