Reconstruir sueños no es tarea sencilla. A veces, en el camino, se pierden palabras y frases que los sostienen, y terminan desmoronándose como castillos de arena. Quizás sería prudente preguntarnos si esos sueños eran realmente nuestros, si eran los idóneos, o si solo intentábamos moldearlos para encajar en las expectativas de otros. Con el tiempo, mientras crecemos y aprendemos, nuestros sueños también cambian, evolucionan. Cuando éramos niños, tal vez soñábamos con un juguete deseado, un postre especial o simplemente disfrutar nuestro programa favorito. Si la vida se quedara en esa simplicidad, soñar sería más fácil, más genuino. Sin embargo, las experiencias difíciles, las cicatrices de los días complicados, también moldean la forma en que soñamos.
Cuando ese juguete nunca llega y en su lugar hay gritos y maltratos, los sueños comienzan a desmoronarse. Cuando falta comida en casa y te reprochan por tomar una fruta de más, los sueños se rompen en pedazos. Cuando te niegan pequeños privilegios porque son para “los grandes”, los sueños parecen desvanecerse. Ante todo esto, surge la pregunta inevitable: ¿vale la pena soñar?
Veamos la historia de José, aquel soñador que nos relata el Génesis. José tenía un don: interpretar sueños y vislumbrar el futuro. Era el menor de doce hermanos y, al haber sido concebido en la vejez de su padre, se convirtió en su favorito, lo que provocó envidia y resentimiento entre sus hermanos. José tuvo sueños en los que se veía a sí mismo en una posición de grandeza, con sus hermanos inclinándose ante él. Aquellos sueños no solo despertaron el enojo de sus hermanos, sino que los llevaron al extremo de venderlo como esclavo y engañar a su padre haciéndole creer que había muerto.
La vida de José no fue sencilla; enfrentó años de esclavitud, prisión y desafíos inimaginables. Pero jamás dejó de creer en su sueño. Finalmente, llegó a ser la mano derecha del faraón y, como lo había soñado, el día llegó: sus hermanos se inclinaron ante él. Es una historia profundamente inspiradora, pero no solo por el final, sino por lo que podemos aprender de ella.
José creció rodeado de amor. Era el favorito de su padre, y seguramente escuchó palabras de afirmación que le recordaban lo inteligente, capaz y valioso que era. Esas palabras sembraron en él una seguridad inquebrantable. José se veía a sí mismo como alguien destinado a la grandeza, y esa convicción lo sostuvo incluso en los momentos más oscuros de su vida. Aunque otros dudaron de él, aunque vivió como esclavo y estuvo en prisión, nunca dejó de creer. Y así, su sueño se cumplió.
Quizás muchos de nosotros no crecimos con esa capacidad de soñar, y menos aún con la certeza de creer en nuestros sueños. Pero la buena noticia es que siempre podemos aprender. La creatividad para soñar y la valentía para reconstruir sueños no son dones exclusivos; son habilidades que se pueden desarrollar.
Para ello, hay tres claves que nos acercan a cualquier sueño: Crear, Creer y Confiar. Crear implica observar nuestros anhelos, darles forma, ponerles palabras y clarificarlos. Creer nos invita a confiar en que somos capaces y merecedores de alcanzar aquello que soñamos. Y la Confiar es la fe absoluta de que ese sueño, en esencia, ya está hecho, esperando manifestarse.
Hoy te invito a detenerte un momento y recapitular tus sueños. Puede que el tiempo, las adversidades o los golpes de la vida los hayan desmoronado. Quizás incluso pienses que es demasiado tarde para verlos realizados. Pero te aseguro que si recuperas tu fe y te permites volver a soñar, esos anhelos no solo volverán a tomar forma, sino que cobrarán vida. Y si en el proceso sientes que soñar te cuesta demasiado, no te preocupes: nos vemos en la terapia.
Lucía Barrios
Psicoterapeuta, fundadora de CEFAMPI y autora. Experta en terapia breve, violencia de género y derechos humanos. Conferencista y docente en UACJ, ha liderado proyectos significativos sobre psicología y desarrollo humano.
