La aparición del Covit 19 terminó por desnudar las condiciones reales de los sistemas de salud de prácticamente todo el mundo. En México, evidenció lo que ya muchos venían señalando, el desmoronamiento de nuestra red de salud, en cuanto a condiciones físicas y materiales de hospitales, equipo y condiciones laborales del personal médico.
Nos evidenció también como sociedad en cuanto a hábitos de higiene, sentido de prevención y cuidado de la salud y disciplina. Mostró la fortaleza y solidaridad de muchos, pero también dejó ver la crudeza de su lado oscuro. Esa otra salud de la que poco se habla y menos se atiende. De una salud marginada y escondida. La salud mental.
En una ciudad como la nuestra con una situación de violencia endémica, la salud mental debiera de ser una política institucional prioritaria, sin embargo, ha sido relegada al ámbito de lo privado y la caridad. No ha valido el sufrimiento de toda una ciudad, el reclamo ciudadano, ni el señalamiento internacional para que el cuidado de la salud mental se ha visto como un asunto de seguridad ciudadana.
Aunado al clima de violencia que se ha perpetuado en la ciudad en los últimos años, la pandemia del Covit 19 ha venido a impactar de diversas maneras sobre la salud mental por factores como la crisis económica, la pérdida de empleos, el confinamiento, la soledad y diversas situaciones familiares.
Más allá de los memes y las burlas, las largas filas por conseguir cerveza durante el confinamiento sin importar el riesgo que suponía para la salud y la vida son un terrible síntoma de una dolencia fuertemente enquistada en la sociedad; las adicciones.
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, dentro del abanico de las adicciones, el alcohol es una de las principales causas de muerte a nivel mundial, con 3 millones de fallecimientos al año relacionados con el alcohol.
Si encuadráramos el uso de sustancias adictivas, lícitas e ilícitas como causa de enfermedades físicas, muerte y destrucción social, seguramente encontraríamos este mal entre las primeras aflicciones de nuestra sociedad.
Situación que se agrava tras un informe de la OMS en el que afirma que para el año 2020, la depresión será la segunda causa de discapacidad en el mundo, y la primera en países en vías de desarrollo como México.
Según cifras de la Organización Mundial de Salud en 2019, “los trastornos mentales comunes están en aumento en todo el mundo. Cerca de 10 por ciento de la población mundial está afectado, y los trastornos mentales representan un 30 por ciento de la carga mundial de enfermedad no mortal”.
En México, estos padecimientos ocupan el cuarto lugar en complicaciones médicas, y la depresión es uno de los más frecuentes. Estas cifras son aún más alarmantes, ya que esta enfermedad se coloca como la principal razón para el deterioro en la calidad de vida de las mujeres y la novena para
los hombres. Las estadísticas también señalan que tan solo en 2016 se registraron 6,370 suicidios en el país.
Uno de los obstáculos más grandes para la salud mental es el estigma que rodea a las enfermedades psiquiátricas. Los enfermos no solo deben cargar con el peso de su mal, también deben enfrentarse a la marginación social, económica, familiar y laboral. Recordemos que los servicios de atención a la salud mental son sumamente escasos en México y para un amplio espectro de enfermos su única oportunidad de atención pasa por la “cura religiosa” o el consabido “echarle ganas”.
A pesar de las cifras y las consecuencias sociales, el presupuesto federal para atender a personas con alguna discapacidad mental es de apenas del 2 por ciento de lo que se destina en salud. En México, el 85 por ciento de las personas que padecen algún tipo de trastorno no recibe atención, y quienes la reciben tardan desde siete, hasta 30 años en obtener un tratamiento, esto de acuerdo con la Asociación Psiquiátrica Mexicana (APM).
Solo en materia laboral, la atención de estos males aumentaría la productividad en un 400 por ciento. Pero sin duda el efecto más importante de prevenir y brindar atención adecuada a la población, la tendríamos en una importante reducción en la comisión de delitos, en una baja en la deserción escolar, en mejores niveles de salud, ahorro gubernamental y familiar en atención médica, disminución de maltrato en menores, accidentes y faltas administrativas, por mencionar solo algunos.
Si gobierno, instituciones y empresas, tomarán conciencia de la importancia de fomentar una adecuada salud mental en la población y sus empleados, verían que no solo estarían construyendo una mejor sociedad impactando directamente sobre el bienestar de cientos de miles de personas, y sus relaciones interpersonales, descubrirán también, que atender su responsabilidad social es un gran negocio para el desarrollo y crecimiento eficaz de las corporaciones.
Nunca es tarde para empezar a atender a toda una población que adolece de tantos malos ocultos o ignorados. Habilitación de espacios verdes, atención psicológica integral en escuelas a niños y jóvenes, prácticas de higiene mental a empleados y condiciones laborales dignas, son solo algunos ejemplos por mencionar dentro de las responsabilidades que tienen gobierno e instituciones.
Un país sano, será un país con ciudadanos conscientes, más analíticos y reflexivos, por ende, tomarán mejores decisiones generando así un bienestar sobre todo su entorno inmediato. El Covit 19 se quedará como una dolencia más que habremos de asimilar, pero la salud mental es ya el reto de salud más grande a vencer.
Claudia Vázquez Fuentes
Analista Geopolítica.
Maestra en Estudios Internacionales por la Universidad Autónoma de Barcelona.
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