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    septiembre 18, 2024 | 7:46

    La recompensa silenciosa de la Maternidad

    Publicado el

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    Recuerdo el día en que el médico me dijo que estaba embarazada como si fuera ayer. Por un momento, el mundo se detuvo y me quedé en shock. Pero entonces, escuché el latido de su corazón. Ese sonido lo cambió todo, inundándome de emociones que no cabían en mi pecho. Era la respuesta a mis oraciones.

    Apenas meses atrás, había decidido que era el momento de ser madre, y Dios, como siempre ha hecho en mi vida, respondió. Pero no solo me bendijo con mi hija Jimena; al año y dos meses, llegó Irving, completando mi vida en este hermoso, pero desafiante, camino de la maternidad.

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    No puedo negar que los primeros años fueron terriblemente difíciles. Dos bebés al mismo tiempo… solo quien lo ha vivido sabe la montaña emocional que eso implica.

    Hubo momentos que me sentí completamente abrumada, como si estuviera perdida en un laberinto oscuro. El cansancio, la depresión posparto, y la rutina de atender a dos bebés mientras lidiaba con las exigencias del hogar, me llevaron a sentir que estaba atrapada en una tormenta interminable.

    Aunque mi esposo me apoyaba económicamente, su trabajo lo mantenía alejado y yo me encontraba sola, enfrentando esa batalla diaria. Era como si la vida hubiera puesto todo el peso sobre mis hombros, y cada día parecía más pesado que el anterior.

    Nos mudamos a un nuevo vecindario, donde muchas familias estaban en la misma etapa de la vida que nosotros. Decidí quedarme en casa, dedicarme por completo a mis hijos. Mi hogar se convirtió en el lugar de reunión del vecindario, lleno de niños, risas y juegos.

    De alguna manera, me sentí como si estuviera reviviendo mi infancia, disfrutando momentos que en su tiempo no pude tener. Criar a mis hijos se convirtió en mi refugio, en una fuente de alegría y conexión, pero también de aislamiento y sacrificio.

    En medio de esa comunidad, no pude evitar sentir el juicio de otras madres que, a diferencia de mí, ejercían sus profesiones y disfrutaban de ciertos privilegios.

    Una vecina en particular, cuya vida giraba en torno a su estatus, me dijo algo que me hirió profundamente: “Yo no nací para estar en casa cuidando hijos. Soy profesionista, no como tú que no tienes más opción que quedarte limpiando y esperando al viejo”.

    Sus palabras me dolieron como una herida que no sabía que tenía. En ese momento, vi con claridad la subestimación y el menosprecio hacia mujeres como yo, que elegimos quedarnos en casa.

    Los años pasaron y, aunque terminé mis estudios en psicología cuando mis hijos ya estaban en la adolescencia, a menudo me preguntaba si todo ese tiempo en casa había valido la pena.

    Tras mi divorcio, esos pensamientos me atormentaron aún más. Sentía que, mientras mi exesposo había construido una carrera y una vida económica sólida, yo había quedado atrás. Pensaba que debí haber salido a trabajar, que debí haberme forjado una carrera.

    Comparaba mis ingresos y me sentía pequeña, como si todo lo que hubiera sacrificado no hubiera sido suficiente.

    Pero hace poco, todo cambió. Mis hijos, ahora adultos, han vivido en otros países, se han enfrentado al mundo, y lo han hecho con una integridad y una bondad que me deja sin aliento. Han sido premiados no solo por su inteligencia, sino por su carácter, por su forma de tratar a los demás. Verlos florecer de esta manera me hizo darme cuenta de que cada sacrificio, cada lágrima, había valido la pena.

    La vida es como una semilla que plantamos en el silencio de la tierra, sin saber si alguna vez veremos el fruto. Pero un día, esa semilla rompe el suelo y nos damos cuenta de que el esfuerzo no fue en vano. Mis hijos son ese fruto, y su éxito es la mayor recompensa que podría haber imaginado. Aunque reconstruir mi vida económica ahora me cueste el doble o el triple, el legado que he dejado en ellos es inmensurable, y sé que eso es lo que realmente importa.

    Al final, los sueños sí se hacen realidad, aunque a veces no llegan de la forma que imaginamos; la vida suele sorprendernos con algo mucho mejor. Así que, si estás en ese momento de duda o agotamiento, no pierdas la fe en lo que estás sembrando. Cada sacrificio tiene su recompensa, aunque ahora no lo veas.

    ¡Nos vemos en el camino, y si es necesario, en terapia!

    Lucia Barrios
    Lucía Barrios

    Psicoterapeuta, fundadora de CEFAMPI y autora. Experta en terapia breve, violencia de género y derechos humanos. Conferencista y docente en UACJ, ha liderado proyectos significativos sobre psicología y desarrollo humano.

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