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    abril 15, 2025 | 8:49

    Lobos Terribles

    Publicado el

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    “Detrás de los cerros hay algo más, seguro estoy…”
     Jaguares — “Detrás de los cerros” 1992

    “Detrás de cada figura del pasado, hay una posibilidad. Lo importante es saber si viene a cazar o a cuidar la manada.”

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    Detrás de cada figura del pasado, hay una posibilidad. No todo regreso es amenaza, pero tampoco toda cara conocida merece confianza ciega. La política, como la biología, permite mutaciones. Y a veces, esos nombres que resurgen no vienen a devorar, sino a defender. La clave está en mirar más allá del instinto y preguntarse: ¿vienen a cazar o a cuidar la manada?

    Hace unos días, una noticia científica sacudió los titulares: los lobos terribles, aquellas criaturas míticas que habitaron América del Norte hace más de diez mil años, han sido parcialmente “revividos” en laboratorios mediante técnicas de ingeniería genética. Fragmentos de ADN fosilizado, combinados con biotecnología moderna, han permitido recrear una versión híbrida de estos depredadores extintos. Estos ejemplares no cuentan con toda la estructura genética del lobo terrible y solo las características “terribles” conservan, la cuestión es que tampoco pertenecen ya al reino de lo muerto. Son ecos genéticos con forma de cuerpo.

    En el ecosistema político también hay figuras que creímos extintas, pero vuelven. A veces transfiguradas, otras veces apenas maquilladas, pero con experiencia, mala o buena, depende de ellos. Regresan cuando el contexto lo permite y en la mayoría de los casos cuando el barco estaba ardiendo y con tal suerte que cuando ese laboratorio de ambiciones, lealtades mutantes y memoria corta, abre la puerta para su retorno.

    La política, como la biología, tiene un código genético que tiende a reciclarse. Hay apellidos que mutan, ideologías que se enmascaran con ropajes modernos (¡no dije morenos eh!), pero en lo esencial portan su respectivo pasado. En algunos casos pensamos haberlos superado, en otros los dimos por concluidos, archivados en los libros de historia o sepultados en la indignación colectiva, pero basta un descuido, un instante en el tiempo, para que reaparezcan, los mas chocantes no con el propósito de aprender del pasado, sino para repetirlo con más sofisticación y con las honrosas excepciones de aplicar la habilidad política en proyectos de relevancia para la comunidad.

    Tal vez la lección sea esta: en política no existe la extinción, sólo latencias, el poder no se jubila, se incuba o como diría un hombre sabio: en la política no hay muertos, solo heridos…  A veces, como los lobos terribles reanimados en laboratorio, lo que vuelve no es una promesa, sino una advertencia: el pasado puede ser recreado, sí, pero nunca sin consecuencias, ¿buenas?, ¿malas? Eso depende de cada quien y lo que esta por arriba de sus canillas les dé.

    En política hay que saber a dónde voltear…

    La verdad no duele, incomoda y eso es precisamente lo que hace que algunos prefieran el espejismo cómodo de la obediencia ciega antes que la claridad de los hechos. No se trata de falta de lealtad, sino de entender el escalafón natural de la política: quien tiene visión, merece continuidad; quien ha demostrado oficio, debe ser considerado. A veces, el camino más sabio es el que se retoma dentro de un recorrido en la política como carrera, que por cierto eso es bueno, aunque el colectivo diga lo contrario.

    Lo más doloroso, quizás, es constatar que el equipo ganador —si de verdad se quiere un cambio significativo— no siempre es el que se heredó, sino aquel que se construye con decisión, aun si eso implica mudarse de trinchera. En muchas ocasiones, el partido o grupo en el que uno nace no ofrece oportunidades reales para crecer. No por falta de mérito, sino por la trágica ceguera de no valorar las vocaciones, los talentos, ni las ganas de servir.

    Y sí: es vital apoyar al gobernante cuando su proyecto es legítimo y orientado al bien común. Ser contrapeso es un deber democrático; no se trata de renunciar a la crítica, sino de usarla con altura. México no puede seguir dividiéndose entre los que creen tener siempre la razón y los que tienen el poder.

    Si queremos avanzar, hay que ceder en dogmas para encontrarnos en propósitos.

    Aunque sea utópico, urge pensar como país, no como parcelas de ideología. Y eso implica también dar el beneficio de la duda, sin jamás perder de vista las preguntas esenciales: ¿para qué?, ¿por qué?, ¿qué se espera?, muchos se llevarán una sorpresa si están abiertos al entendimiento.

    El momento histórico que vivimos exige una transformación que no sea solo de estructuras, sino de mentalidades, que deje de lado las guerras tribales para abrir paso a una participación real, informada y activa. La política no debe ser un museo de fósiles vivientes, sino un ecosistema en evolución constante, así existan esos lobos terribles de la política que son criticados con los partidarios que dejaron atrás y, por ende, por naturaleza humana, con los partidarios a donde llegan porque, usted mi lector no me dejará mentir, esas personas las tachan de todo y las vapulean de manera colectiva sin tomar en cuenta que dicha transición involucra llevar a ese baile más que una canasta de huevos.

    Y ya que hablamos del mundo prehistórico, vale retomar este dato interesante: los dinosaurios, nos dicen los científicos, no podrían ser traídos de vuelta por los sesenta y cinco millones de años que nos separan y tal vez eso sea providencial, porque, así como ciertos depredadores no tienen lugar en este nuevo mundo, también hay algunos liderazgos del pasado que es mejor dejar como vestigio, no por nostalgia, sino por prudencia.

    Los lobos terribles, en cambio, ya conviven con nosotros y no como amenaza, que en esta analogía se traduce en que algunos liderazgos pueden renacer bajo nuevas formas, adaptados a los tiempos, dispuestos a integrarse a un orden donde el humano —ese extraño depredador racional— fije las condiciones para una convivencia civilizada.

    Así que, si ve usted a uno de esos “lobos terribles” reaparecer en el escenario, no lo espante a pedradas ni le eche agua bendita. Mejor pregúntele qué aprendió del invierno. Quizá ya no venga a cazar, sino a cuidar la manada. Este país no se salva con purgas ni con purismos, sino con manos que sepan construir en lugar de señalar. No hace falta jurar lealtad eterna a nadie, pero sí conviene reconocer cuando alguien, aun con colmillos viejos, trae buenas ideas.

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    Alfonso Becerra Allen

    Abogado corporativo y observador político, experto en estrategias legales y asesoría a liderazgos con visión de futuro. Defensor de la razón y la estrategia, impulsa la exigencia ciudadana como clave para el desarrollo y la transformación social.

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