Cuando uno vive en la frontera se da cuenta de lo maravilloso que son las estaciones del año, y es que quien podría presumir de vivir una primavera donde las flores reverdecen, en el verano el calor es muy fuerte, en el otoño las hojas caen y en el invierno neva, es una maravilla ver por primera vez nevar y mas de alguien que viene desde el centro de la República Mexicana, esa sensación de tener la escarcha de hielo cayendo sobre uno es indescriptible y ver unos hermosos paisajes en la ciudad junto con las familias jugando a las guerritas y haciendo monos de nieve.
Es precisamente en el invierno donde se desarrolla mi relato, no se en que partes del país se obscurezca a las cinco de la tarde casi en su totalidad, pero en Ciudad Juárez ocurre en esa época del año, un buen día de esos de los que disfruta uno de las fiestas y la diversión con los amigos unas de esas noches en que el dormir temprano no es opción y regresar a casa temprano no esta permitido por tanta algarabía, recuerdo que ese día fue maratónico, saliendo del trabajo fuimos a un lugar que estaba en muy cerca de la oficina y de ahí aun antro a seguir con la fiesta, quienes no han estado en Juárez hay mucho lugares donde las bebidas son muy baratas por lo que con poco dinero y buenas compañías la fiesta siempre esta presente, el grupo que amenizaba en vivo no dejaba de tocar muchas canciones de los ochentas y noventas por lo que yo me sentía como pez en el agua, como los bares en la frontera cierran a las dos de la madrugada siempre es importante conseguir la casa de algún amigo para continuar la fiesta o el llamado after, regularmente este tipo de reuniones posteriores al antro se hacían en la casa de un servidor, pero en esa ocasión no se por que motivo nos fuimos a la morada de un amigo y ahí estuvimos hasta altas horas de la noche, de la madrugada y hasta incluso de la mañana.
Recuerdo muy bien que al dia siguiente tenia que estar a las siete de la mañana en mi oficina para entregar unos proyectos que me habían solicitado, y así fue como a las cinco de la mañana decidí llegar a mi casa a dormir un rato para estar a mi compromiso adquirido, fue así como pasadas de las seis me desperté y me aliste para irme a mi oficina, a la cual llegue y salude a los guardias y a la gente que ahí estaba, me metí a mi lugar y espere pacientemente a que llegará la persona quien entregaría el trabajo solicitado, vi pasar los minutos y con ellos las horas, no llegaba mi cita y para ser sinceros el hambre empezaba a hacer sus estragos, fue ahí cuando me dije “aguanta como los valientes, ya no deben de tardar en llegar” y así transcurrió una hora y media mas, fue ahí cuando a las diez y media ya no aguante mas la espera de quien me había citado, pensé “vaya si le urge que han pasado tres y media horas y ni sus rastros, pero yo no soy su burla, y aquí los dejare plantado por grosero e impuntual” para ser verdad también me molestaba que nadie de las personas que trabajaban conmigo tampoco habían llegado, supuse es sábado y vaya que todos habrán ido de fiesta, ya estaba practicando las posibles formas de regaño y los castigos que pondría para todos aquellos que se atrevieron a llegar tarde.
Salí de mi oficina la cual estaba en un sótano, por lo que no entraba el sol ni nada de luz mas que las de la iluminación propia de la oficina, pero había algo extraño en la calle, una obscuridad total, no propia de la mañana que supuse que era, en ese momento me acerque a un guardia y le pregunte la hora, me dijo: chilango, son las diez con treinta, ¿Qué haces tan noche en la oficina? En ese momento caí en cuenta que en mi pequeño descanso habían transcurrido muchas mas horas de las que pensé, pero vaya jugarreta del invierno que en la frontera de cinco a siete es casi imperceptible que sea de mañana o noche, o por lo menos para alguien que pueda traer la fiesta encima, desde entonces mis citas procuro hacerlas a las diez de la mañana, así estoy seguro de que habrá sol o luna, esto sucedió y se los juro que son “Cuentos que no son cuento”
Adrián Cruz
Profesional con más de 30 años en diferentes medios de comunicación. En su columna, "Cuentos que no son cuento", comparte el anecdotario personal de un chilango viviendo en el norte del país. Muchas veces increíbles, pero siempre reales.
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