Día de la ignominia, día de la vergüenza, día del coraje, día de la impotencia, pero también día de heroísmo y de valentía; en fin, este es un día que no debe olvidarse porque es una de esas fechas que estigmatizan a la humanidad. El once de septiembre nos recuerda que aunque parezca que el ser humano ha alcanzado niveles superiores de organización y de convivencia social, todo eso puede perderse en un segundo y retroceder a la barbarie, a aquellos sistemas sociales donde las diferencias de opinión se resuelven sojuzgando, aniquilando, asesinando al rival. Donde pensar es peligroso y donde el único argumento y la única ley valida es la de la fuerza.
Aquel ataque fue sorpresivo, aunque no se puede decir que era del todo inesperado; los cuerpos de inteligencia habían advertido en varias ocasiones al presidente y a altos funcionarios del gobierno sobre los preparativos que de manera soterrada se estaban llevando a cabo; los indicios de que la CIA estaba profundamente involucrada eran muchos, pero el presidente no quiso creer o no quiso actuar; tal vez consideró que su popularidad entre las clases medias y bajas eran su mejor defensa. Se equivocó. Los partidarios del terror, los fundamentalistas de la violencia supieron bien como aprovechar este descuido del jefe del ejecutivo. En definitiva, el peor error que el presidente cometió fue el de poner a cargo de los cuerpos de defensa a quienes a la postre se mostraron como los peores verdugos, tanto del presidente como de quienes lo apoyaban.
Todo empezó muy de mañana, antes del amanecer de aquel fatídico once de septiembre, una escuadra de la armada había tomado la ciudad de Valparaíso. A la siete y media de la mañana, el presidente y el grupo de amigos que lo protegía llegaron al palacio de la moneda previamente notificados del inicio de la sublevación. Trató de localizar a al comandante en jefe de las fuerzas armadas, a quien todavía consideraba leal. Al no poder localizarlo, expresó, “pobre Pinochet, debe estar preso”. A las 8:42 de la mañana los sublevados emiten su primer comunicado pidiendo la dimisión del presidente y notificando al pueblo que el poder lo ejercería una junta militar encabezada por los Generales Augusto Pinochet, Toribio Merino Castro, Gustavo Leigh Guzmán y Cesar Mendoza Duran. Se da también un ultimátum: La Moneda debe ser desalojada antes de las 11:00 de la mañana, pues de no ser así, será atacada por tierra y aire.
A pesar de las múltiples peticiones que sus ministros le hicieron al presidente para que abandonara el palacio y que se evitara el previsible baño de sangre, Salvador Allende se mantuvo firme en su decisión de no rendirse y permanecer en la Moneda para dirigir el mismo la defensa de palacio. “A las 11 en punto se bombardea” exclamó por radio un exaltado Pinochet. A las 10:15, el presidente Allende emite por radio su último mensaje antes de que las bombas y las balas asesinas silencien su voz y las de tantos miles que creyeron en el ideal de una patria chilena más justa para todos.
“Quizás sea ésta la última oportunidad en que me pueda dirigir a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura, sino decepción, y serán ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: Soldados de Chile, comandantes en jefe y titulares…”
“Ante estos hechos sólo me cabe decirle a los trabajadores: Yo no voy a renunciar. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza.
¡Trabajadores de mi Patria!: Quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, espero que aprovechen la lección.
El capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, crearon el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición: la que les señaló Schneider y que reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando, con mano ajena, reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios…
¡Trabajadores de mi Patria!: Tengo fe en Chile y en su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán de nuevo las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo!, ¡Vivan los trabajadores! ”
A las 11:52 se inicia el bombardeo de palacio. A las 14:38 se da la noticia de que Salvador Allende ha muerto. Era el inicio de 17 años de dictadura militar que contaron con el apoyo casi irrestricto de los Estados Unidos.
Por cierto, y antes de que se me pase, exactamente 18 años después de aquel aciago once de septiembre de 1973, esos mismos Estados Unidos que con toda impunidad intervienen y asesinan según su muy particular percepción del mundo, ese mismo país seria atacado arteramente por un grupo de fundamentalistas musulmanes.
Es cuánto.
José Antonio Blanco
Ingeniero Electromecánico. Juarense egresado del ITCJ con estudios de maestría en Ingeniería Administrativa por la misma institución y diplomado en Desarrollo Organizacional por el ITESM. Labora desde 1988 en la industria maquiladora. Militó en el PRD de 1989 al 2001.
En la actualidad, un ciudadano comprometido con las causas progresistas de nuestro tiempo, sin militancia activa.
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