Corría el año de 1983. Jacobo Zabludovsky, en su noticiero 24 Horas, informaba el resultado de las elecciones locales del estado de Chihuahua. Palabras más, palabras menos dijo, “El PRI se alzó con el triunfo en 61 de los 67 municipios que conforman el estado, dejando para el PAN los 6 restantes”, dando intencionalmente la sensación al público nacional, que el PRI había arrasado en esos comicios. Eran los tiempos de la aplanadora priista, del partidazo.
La verdad resultó ser muy diferente. A final de cuentas el PRI se quedo solo con 56 alcaldías, el PAN con 8, y las 3 restantes fueron para el PPS, PSUM y PST. Aquí el dato a resaltar no es el numero de triunfos por alcaldías, que hacen aparecer al PRI como triunfador contundente, sino la cantidad de personas que habitan en dichos municipios. Las 8 alcaldías que ganó el PAN, representaban a poco más del 70% de los habitantes de Chihuahua.
La esperanza por un cambio democrático había llegado a la sociedad mexicana, y en especial a la chihuahuense de la mano del PAN. Y no es que no hubiera habido importantes intentos por cambiar el estado de cosas imperante. Fuertes movilizaciones sociales se habían venido presentando con cierta regularidad desde los años sesenta. La enorme mayoría pacificas, pero sin faltar las que propugnaban la via armada, siendo, posiblemente, el acto mas representativo el ataque al cuartel de Ciudad Madera, aquel aciago 23 de septiembre de 1965.
Lo paradójico del caso es que todas esas movilizaciones, casi invariablemente, eran impulsadas desde la izquierda, pero a pesar de su amplitud, y resonancia en diversos ámbitos de la sociedad chihuahuense, no lograron permear en las clases medias como una opción electoral viable. Por lo tanto, fue la tenacidad y perseverancia de los discípulos de Gómez Morín la que les hizo cosechar esos frutos.
Sin embargo, aún el viejo régimen no estaba dispuesto a ceder el poder, así como así. Todavía faltarían algunos años para que fueran forzados a dejar de abusar del poder. Por eso, en las elecciones de 1986, las de gobernador, no corrieron riesgos, y gracias al último gran megafraude electoral en el estado de Chihuahua, habrían de recuperar prácticamente todo lo que habían perdido. Aún faltaban años para que terminara la brega profetizada por don Manuel.
Y precisamente, de esa época data lo que quien esto escribe considera como el momento de mayor impacto social del PAN, al menos en el estado de Chihuahua. La gente, el(la) ciudadan@ común, realmente sintió que apoyando al PAN se podía lograr la transformación del país, y por ello no dudaron en participar activamente en las campañas de resistencia civil pacíficas que se impulsaron desde ese instituto político.
Imponente y emocionante era ver a la sociedad chihuahuense detener la marcha de su vehículo todas las tardes, por cinco minutos (creo que a las 5 de la tarde) y ahí, desde donde estuviera empezar a pitar el eslogan panista tatatá, taratatá (Barrio si, Baeza no). Era imposible no emocionarse, simpatizáramos o no con el PAN o sus candidatos.
Y no se diga de los billetes marcados con slogans llamando al cambio y a la lucha por la democracia. Eran tantos, y tan comunes que el gobierno tuvo que modificar la ley para decretar la pérdida de valor de los billetes que tuvieran algún texto añadido. Aquella generación tuvo FE en que el país podía cambiar y ser mejor bajo los gobiernos de Acción Nacional.
En lo personal, su servidor, nunca suscribió las tesis del PAN, pues desde muy joven me decanté por la militancia en la izquierda, participando en el PRD desde los inicios del partido. Y vaya que no era fácil, pues en ese tiempo la izquierda electoral en Chihuahua, y especialmente en Ciudad Juárez tenía un peso más bien marginal y el PAN era prácticamente omnipresente. Sin embargo, si creía que Acción Nacional, bajo su propia filosofía, podía ser un dique, al menos contra la corrupción tan amplia y arraigada en los gobiernos del PRI.
Menciono lo anterior, porque al triunfo de Fox en el año 2000, yo ya no estaba tan seguro de que Acción Nacional realmente iba a empujar un cambio de régimen. Perdí la esperanza en ellos después de las elecciones del 88, cuando muy cómodamente transaron con el PRI su primera gubernatura, la de Baja California Norte, y sin muchos problemas se sumaron al carro de las reformas salinistas. “El PRI se robo nuestro programa de gobierno” confesaron sin rubor, dejando de lado cualquier reclamo democratizador.
Que el sexenio de Fox haya pasado sin pena ni gloria, para mi no fue sorpresa, nada esperaba de él: un neopanista pragmático. Pero Calderón debería ser diferente, a fin de cuentas, venia de cuna panista, la de los viejos panistas, los doctrinarios, los herederos directos de Gómez Morín, los que si iban a modificar el régimen. Nunca me imagine la barbarie y el baño de sangre en que iba a sumir al país. Y lo peor de todo, la asociación delictuosa en la que sumió al gobierno.
Si los ochentas fueron motivo de orgullo para un panista, el sexenio de Calderón representa la peor de las vergüenzas. Y en esa postración se encuentran actualmente. Mientras el partido siga secuestrado por una casta ajena y lejana a los postulados humanistas y cristianos de Gómez Morín, lo mas probable es que sigan siendo una pequeña, aunque ruidosa, minoría. El tiempo dirá.
Es cuánto.
José Antonio Blanco
Ingeniero Electromecánico. Juarense egresado del ITCJ con estudios de maestría en Ingeniería Administrativa por la misma institución y diplomado en Desarrollo Organizacional por el ITESM. Labora desde 1988 en la industria maquiladora. Militó en el PRD de 1989 al 2001.
En la actualidad, un ciudadano comprometido con las causas progresistas de nuestro tiempo, sin militancia activa.
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