La pasada inauguración de los Juegos Olímpicos de París es otro claro ejemplo de la decadencia y desorientación de occidente, la decisión de incluir en escena una burlesca representación de la última cena de Leonardo da Vinci no puede más que ofender al pueblo cristiano y mancha desde su inicio un evento concebido para promover la fraternidad de las naciones.
La fea escena en lo que debía ser uno de los eventos más espectaculares y bellos del mundo occidental, precisamente en la capital de lo que fue la gran Francia, París, tan icónica por su cultura y supuesta elegancia, termina por confirmar que Occidente vive una crisis profunda.
El simbolismo es fuerte, Francia en algún momento considerada la “primogénita del catolicismo” a raíz de la conversión del rey merovingio Clodoveo el 25 de diciembre del año 496, hecho que marca la formación de la nación francesa. Dice la tradición que luego de conocer la historia de la crucifixión Clodoveo exclamaba: «¡Ah, si yo hubiera estado allí con mis francos!».
Otro rey franco, Carlomagno, restauraría prácticamente el Imperio romano de Occidente bajo el signo de la cruz cristiana. Napoleón al declararse emperador, no prescindió de la bendición de la Iglesia si bien imponía un orden surgido de la revolución francesa, cuya trascendencia merece una mención aparte.
El mismo Napoleón proclamaría a la futura santa Juana de Arco como símbolo nacional de Francia, acordaría con el papado y restituiría el valor de la familia tradicional. Por muchos años, a pesar del laicismo y anticlericalismo heredados de la Revolución, Francia sería uno de los países con mayor número de católicos en el mundo.
La Europa cristiana de Carlomagno, raíz de la civilización occidental, hoy proclama valores diferentes, se ha secularizado en todos los ámbitos de la vida, luce débil y atosigada por el hedonismo y por el avasallamiento gradual del islamismo derivado de la migración y de la desproporción en las tasas de natalidad.
La seguridad europea depende en gran medida de respaldo militar de la OTAN, dicho de otra manera, depende de los Estados Unidos de América, país con sus propios desafíos y que ya ha gastado bastante presupuesto público en armar a la invadida Ucrania, cosa que el contribuyente norteamericano no desea por mucho tiempo.
Paradójicamente, el autócrata de Vladimir Putin se erige para muchos como un defensor de los valores cristianos, practicante ortodoxo y presidente de un gobierno que impone el concepto de familia tradicional, ha logrado mostrar a Rusia como baluarte de valores originalmente occidentales.
¿Y la mortal guerra en Ucrania, la represión de opositores, la tiranía? La propaganda y argumentos rusos dan para sortear dichos cuestionamientos ante la decadencia occidental acumulada. El oso ruso no ha ocultado su intención por ganar influencia en Europa ya sea por medios políticos o militares.
Por eso llama la atención que los franceses, o una parte de ellos, no miren más allá de supuestas libertades o derechos de género. Al final de cuentas, por lo que representa, la grosera parodia de la última cena en la inauguración de sus olimpiadas es incompatible con el respeto a la libertad de creencias.
Independientemente del género de los actores, el punto es el respeto a cualquier credo religioso, máxime si se trata de símbolos que cimentaron una civilización que los mismos franceses ayudaron a construir. No es tanto la escena en sí, es lo que representa.
Lastimosamente en la ciudad luz, París, lo que pudo ser un brillante mensaje de convivencia pacífica entre los pueblos ha exhibido una provocación hacia el mundo cristiano desde su seno. Las voces críticas y de condena son fuertes y numerosas en todo Occidente, tanto que la organización olímpica ha intentado deslindar a la última cena por una obra diferente como inspiración del espectáculo hecho.
Particularmente para el catolicismo la última cena es de gran importancia, trasciende debates, ideologías, razas y géneros pues es un pasaje de la escritura donde se fundamenta la vida católica. La reacción no podía ser menor, la hubo de católicos y protestantes, síntoma de que Occidente no ha muerto.
Libertad sí, con respeto y para todos.
¿Por qué nos dejaste errar, Yahveh, fuera de tus caminos, endurecerse nuestros corazones lejos de tu temor? Vuélvete, por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad.
(Isaías 63:17)
Moisés Hernández Félix
Lic. en Administración Pública y Ciencia Política, candidato a Maestro en Administración en curso. Ha sido funcionario público federal y docente en nivel media básica y medio superior. Se especializa en gobernanza educativa y políticas públicas.
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