Pasó de nuevo. Creo que hubiera sido mejor si fuera un reloj, un celular o una camisa.
Las horas transcurrieron. Pasando dos, tres, hasta llegar a cinco horas, y la situación no cambiaba. Peor aun, para la quinta hora, yo estaba segura de que la situación aplicaba a más personas.
Si, creo que, de haber sido una cachucha o anillo, hubiera sido distinto y hasta merecedor de algunos pocos minutos.
Pasó de nuevo, como viene pasando desde hace más de 10 años que por primera vez me di cuenta: fui invisible.
Lo más interesante es que el “poder de la invisibilidad” iba y venía. Cuando se trataba de escuchar historias banales, anécdotas, chistes o solicitudes, de pronto perdía el poder y todos tenían la habilidad de verme y dirigirse hacia mí, aunque claramente no todos lograban escucharme. Pero cuando se trataba de abordar temas serios o contestar preguntas sobre la preparación, empleo, o dar opiniones, de pronto el “poder de la invisibilidad” regresaba a mí; a tal grado que la mirada ni siquiera pasaba de reojo.
Pude haber descubierto la cura del SIDA, o haber creado un esquema de tratamiento no invasivo para las personas con Lupus, o hasta haber creado un método que prevenga por completo la diabetes; pero nada de eso hubiera importado, porque era invisible. ¡No podían verme, entonces como me iban a preguntar! ¡Cómo iban a saber que estaba ahí sentada entre ellos! ¡Era invisible!
Durante cinco horas, era como si de pronto mi deseo de la infancia de ser invisible se hiciera realidad; y no solo eso, sino que todo parecía indicar que lo compartía con la mitad de las personas presentes: todas, mujeres. ¿Será que ellas también deseaban tener ese poder?
Creo que de haber sido unas maletas hubiéramos generado más tema de conversación. Seguro alguien hubiera preguntado por nosotros.
Pasó de nuevo, fuimos invisibles; y entre la dinámica de ser ignoradas, parecía que había un mutuo acuerdo -y costumbre- de quedarnos sentadas, sonriéndonos unas a otras, esperando perder el “poder de invisibilidad” para ser vistas mientras escuchamos una historia sin importancia. Y este hecho, este acuerdo, fue lo peor del día: la normalización de decir “pasó de nuevo, como viene pasando desde hace años”.
Ni maleta, ni celular, ni cachucha, ni reloj. Ya me cansé. Prometo verte, hablarte y tomarte en cuenta como persona que eres. Porque estás ahí, porque estás junto a mí y porque mereces ser vista y escuchada.
Lourdes Tejada
Titulada en Diseño gráfico y pasante de la Maestría en Acción Pública y Desarrollo Social. En su experiencia destaca el ser co-fundadora de una asociación civil y ser miembro fundador de una red de agrupaciones juveniles. Ganadora del Premio Nacional UVM por el Desarrollo Social, cuenta además con el Premio Estatal de la Juventud, el Reconocimiento a Mujer del Año de Ciudad Juárez y la mención de Mujer Líder de México.