La historia del Partido Revolucionario Institucional no deja de ser fascinante a pesar de estar plagada de contradicciones y traiciones desde su mismísima concepción.
En una etapa de la historia latinoamericana, donde lo común era que el poder se tomara a punta de pistola, el general Plutarco Elias Calles fue capaz de idear un sistema político, donde todos los hombres de armas, triunfadores de una sangrienta revolución, aceptaran la transición del poder que dictara el partido, ¡sin querer matarse entre sí! ¡y funcionó! Eso si que fue algo novedoso y sorprendente.
El asesinato del recién reelecto general Álvaro Obregón, en 1928, fue el punto de partida para la conformación del Partido Nacional Revolucionario, PNR, el cual quedó integrado por casi por todas las fuerzas políticas que emergieron triunfantes de la Revolución, y que en sus inicios fue abiertamente socialista en oposición a las fuerzas de derecha y ultraderecha simpatizantes de los crecientes movimientos fascistas de la época.
Es por ello que en sus inicios abogó por cuidar de los derechos de las clases trabajadoras, así como la búsqueda de un reparto equitativo de la riqueza. Durante los primeros 9 años de existencia, el hombre fuerte, y quien veló por que se respetaran las directrices del partido fue el propio Plutarco, también llamado Jefe Máximo, por lo que a esa etapa se le denominó “Maximato”.
Lo contradictorio de esa etapa, es que, a pesar de los avances en materia social, también se plantó, y muy firmemente, la semilla de la antidemocracia. Por una parte, se fomentaba la participación de las masas en los gremios, como la Confederación de Trabajadores de México, CTM, la Confederación Nacional Campesina, CNC, o la Confederación Nacional de Organizaciones Populares, CNOP, para quienes no cupieran en los sindicatos anteriores, a la vez que se aseguraba que los lideres de dichos sindicatos tuvieran un férreo control sobre sus agremiados.
Esta etapa termina como corolario de la disputa entre Plutarco y mi General Lázaro Cárdenas. El general Elías Calles trato de influir en el gobierno de Cárdenas, como lo había hecho con los 3 presidentes anteriores, tratando de seguir ejerciendo el Maximato, solo que, en esta ocasión, Cárdenas no se dejó y lo mandó al exilio. Es entonces que el PNR se transforma en Partido de la Revolución Mexicana, PRM.
Como PRM se consolidan las bases de lo que años después Octavio Paz bautizaría como el ogro filantrópico. Un ogro que lleva educación a su pueblo, que protege sus derechos laborales y su derecho a la tierra, pero que también reprime y mantiene un férreo control sobre la política a todos sus niveles: los únicos que pueden acceder al poder, son los miembros de la “Familia Revolucionaria”.
Con el general Manuel Ávila Camacho en la presidencia de la República, el partido empieza a traicionar sus objetivos iniciales. Se abandonan las políticas que había impulsado el general Cárdenas, el reparto agrario se suspende y con pretexto de la segunda guerra mundial, los derechos laborales son descaradamente sojuzgados, y en general, se constituye una nueva casta burguesa que se enriquece a la sombre del poder.
En 1946 el partido sufre su último y definitivo cambio de nombre para convertirse en Partido Revolucionario Institucional, PRI. Con este ultimo cambio de nombre, viene también el alejamiento definitivo a las políticas progresistas o de izquierda como políticas institucionales del partido, aunque sin impedir que en su seno sigan conviviendo grupos y fuerzas progresistas que eventualmente impulsan la creación de instituciones de beneficio social.
La creación del ISSSTE en 1959, la introducción del reparto de Utilidades 1962 o la creación del INFONAVIT en 1972, son ejemplos de aplicación de políticas progresistas impulsadas por el PRI, pero a la par de estas políticas, también vino la consolidación de una burocracia corrupta cada vez más represiva y voraz.
Ya desde los sesentas, la inconformidad de la sociedad mexicana era palmaria. Solo la represión, muchas veces sangrienta de las inconformidades sociales, impidió que hubiera un cambio de régimen. El sistema dirigido por el PRI, trató de bajar la presión social con medidas paliativas, como la creación de los diputados de representación proporcional, que dieron voz a los partidos minoritarios en el Congreso, o la amnistía política de 1978 que beneficio a los presos por actos de violencia política pero nada de eso sirvió para mejorar el nivel de vida de l@s mexican@s.
Lo que en definitiva vendría a ser el inicio del fin para el PRI, sería el giro hacia las políticas neoliberales a fines de los 80, las cuales en la practica representaron el desmantelamiento del estado benefactor, y la eliminación de toda participación de grupos progresistas al interior del partido.
1988 fue el climax y el inicio de la ruptura. A partir de ese momento, la base histórica del PRI, los trabajadores, los campesinos y las burocracias y las clases medias bajas, quedaron a merced del mejor postor tal como lo indican las leyes del mercado, mientras la alta burocracia se despachaba con la cuchara grande convirtiéndose en archi millonarios.
Con el giro definitivo hacia la derecha, la línea que separaba al PRI del PAN se desdibujo, por lo que ya no hay diferencia significativa entre un partido y otro. La traición mayor estaba completada.
¿Puede el PRI volver a ser lo que antes fue? Es mi opinión que ya no. El PRI como tal solo podía operar como partido de Estado en un rígido ámbito antidemocrático, con control absoluto del sistema electoral y del aparato de represión. Los priistas tienen dos tareas importantes e impostergables: primero, tienen que definir su ideología, o por lo menos su plan de gobierno. Y segundo, tienen que aprender a competir y a ganar elecciones, ellos solo estaban acostumbrados a robárselas.
Es cuánto.
José Antonio Blanco
Ingeniero Electromecánico. Juarense egresado del ITCJ con estudios de maestría en Ingeniería Administrativa por la misma institución y diplomado en Desarrollo Organizacional por el ITESM. Labora desde 1988 en la industria maquiladora. Militó en el PRD de 1989 al 2001.
En la actualidad, un ciudadano comprometido con las causas progresistas de nuestro tiempo, sin militancia activa.
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