La Semana Santa no es solo un momento religioso. Es una pausa. Un respiro que, más allá de las creencias, nos invita a detenernos, mirar hacia adentro y hacer balance de lo que somos, lo que hacemos y cómo convivimos con los demás. En un país como México, con tensiones sociales, polarización política y la prisa cotidiana, estos días tienen el potencial de convertirse en un espacio para sembrar algo muy necesario: paz.
Vivimos tiempos vertiginosos. Nos movemos de un escándalo a otro, de una indignación a la siguiente, atrapados en ciclos de noticias, redes sociales, discursos de odio y una sensación de que todo está mal o, peor aún, que nada se puede arreglar. Pero si algo nos recuerda la Semana Santa es que siempre hay posibilidad de transformación. No como promesa abstracta, sino como ejercicio personal.
La paz no se decreta desde el gobierno ni se impone en redes sociales. La paz empieza por nosotros. Por cómo tratamos al otro, por la paciencia con la que respondemos ante la frustración, por la forma en que miramos y escuchamos a quienes piensan distinto. En un país con tantos contrastes, empezar por el respeto básico ya es un acto revolucionario.
Estos días de descanso o recogimiento son una oportunidad para volver al centro, para reconectar con lo esencial: la familia, los afectos, el silencio. No se trata de escapar del mundo, sino de encontrar en esa pausa una nueva perspectiva. ¿Cómo estamos viviendo? ¿Qué tan presentes estamos para quienes amamos? ¿Qué heridas cargamos que necesitamos soltar?
Porque si queremos paz social, primero necesitamos paz interior. Y eso requiere trabajo. Requiere perdonar, pedir perdón, asumir responsabilidades y aprender a soltar. Requiere desconectarnos por un momento del ruido y escuchar lo que nuestra conciencia nos dice, incluso cuando no es cómodo.
En este contexto, la Semana Santa puede ser un espejo. No uno que nos juzga, sino uno que nos muestra con honestidad quiénes somos. ¿Somos parte del problema o de la solución? ¿Estamos alimentando la violencia con nuestra indiferencia o con nuestras palabras? ¿Qué mundo queremos dejarle a quienes vienen detrás?
También es importante recordar que la paz no significa ausencia de conflicto, sino la capacidad de enfrentarlo con dignidad, sin violencia, con escucha y con acuerdos. México necesita menos gritos y más diálogo; menos ego y más empatía. Y eso se aprende en la casa, en la calle, en el trabajo, pero también en esos momentos de introspección como los que ofrece esta semana.
Que estos días no se nos vayan solo en vacaciones o en consumo. Que también sirvan para tender puentes, para sanar vínculos, para reconciliarnos con lo que somos. La paz no es una utopía. Es una práctica. Una decisión. Y empieza con pequeños gestos: escuchar antes de juzgar, ayudar sin esperar algo a cambio, ser pacientes en medio del caos.
Deseo que esta Semana Santa sea tranquila. Que se viva con conciencia. Que quienes creen, encuentren en su fe fortaleza y consuelo. Que quienes no creen, encuentren en el descanso una oportunidad para reflexionar. Y que todos, sin importar dónde estemos, podamos sumar a esa paz social que tanto necesitamos.
Porque un México en paz no se construye desde el poder, sino desde las personas. Y hoy, más que nunca, tenemos que apostar por lo humano, lo compasivo, lo colectivo. Que estos días santos nos inspiren a ser mejores, no solo por un momento, sino como un compromiso cotidiano.
Felices días de reflexión. Que la paz, esa que empieza en lo más profundo de cada uno, se extienda hacia todos y todas. Gracias por leer, yo soy Daniela Gonzalez Lara.

Daniela González Lara
Abogada y Dra. en Administración Pública, especializada en litigio, educación y asesoría legislativa. Experiencia como Directora de Educación y Coordinadora Jurídica en gobierno municipal.