Hay historias que, aunque pasen miles de años, se siguen repitiendo. Cuando era niña, mis papás veían películas sobre la vida de Cristo durante la Semana Santa. Yo trataba de entender por qué alguien tan bueno como Jesús tuvo que pasar por tanto dolor. Este año, después de muchos años sin hacerlo, me animé a ver La Pasión de Cristo nuevamente. Pero esta vez no la vi con los ojos de una niña, la vi con la mirada de una adulta que ha vivido, sentido y comprendido más del mundo. Y entonces lo entendí todo.
A lo largo de la historia, hombres y mujeres han encarnado ideales que, por sí solos, representan una amenaza para el poder. Jesús de Nazaret fue uno de esos líderes, el más importante. Su mensaje de amor, justicia e igualdad enfrento directamente a los poderes religiosos y políticos de su tiempo. Y como suele ocurrir, cuando alguien incomoda al sistema, el sistema responde con violencia.
En esa historia también aparece Judas, el discípulo que lo traicionó por unas monedas. Judas representa a quienes, desde la cercanía y la confianza, optan por la traición. Ya sea por miedo, presión o conveniencia, la traición duele más cuando viene de adentro. No fue un enemigo quien lo entregó, fue uno de los suyos. Y eso, en la vida real, sigue ocurriendo.
También está Pilato, el gobernador que se lavó las manos. Él es el reflejo de los líderes económicos, políticos, sociales que teniendo la posibilidad de hacer lo correcto, prefieren mirar hacia otro lado, justificándose en lo inevitable de los hechos o en la voluntad de la mayoría disfrazada de democracia. Aun sabiendo que lo que ocurre es profundamente injusto, eligen la comodidad de la neutralidad. Y entonces llega el momento más simbólico: la elección entre Jesús y Barrabás. El pueblo, manipulado, elige liberar al criminal en lugar del justo. Parece mentira que, aún hoy, sigamos repitiendo esa historia. Seguimos cargando esa cruz: sacrificamos a quienes hablan de justicia para imponer el miedo.
Con esta reflexión no busco comparar la religión con la política, sino recordar que los patrones de poder, traición y sacrificio se repiten. Los líderes que sueñan con un mundo distinto muchas veces terminan siendo perseguidos, juzgados, traicionados y, en sentido figurado (y a veces literal), crucificados.
La historia de Jesús no es solo un relato religioso. Es también una enseñanza sobre cómo el poder reacciona cuando alguien se atreve a cuestionarlo. ¿Por qué cuento esto? Porque esto no pasó solo hace miles de años: sigue pasando. Hoy también hay personas que luchan por los demás, que alzan la voz, que buscan un mundo mejor. Y muchas veces son ignoradas, silenciadas o ridiculizadas. Y nosotros, como sociedad, también actuamos como Pilato. Nos lavamos las manos, decimos que no es nuestro problema, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos. Podemos elegir a quién apoyar, a quién escuchar. Podemos defender a quienes hacen el bien, aunque incomoden al sistema. Podemos ser la voz que no calla, aunque tiemble.
Porque si volvemos a crucificar al justo, que al menos no sea con nuestras manos. Ni con nuestro silencio. Porque el silencio también crucifica.
Ángeles Gómez
Fundadora en 2014 de Ángeles Voluntarios Jrz A.C. dedicada al desarrollo de habilidades para la vida en la niñez y juventud del sur oriente de la ciudad. Impulsora del Movimiento Afromexicano, promoviendo la visibilización y sensibilización sobre la historia y los derechos de las personas afrodescendientes en Juárez.
