Recuerdo su mirada, parecía perdida, pero estaba llena de miedo, frustración y desesperanza. Un buen amigo me había pedido, como favor personal, atender a uno de sus trabajadores en su oficina. Me pareció extraño que no lo enviara a mi consultorio, pero por nuestra gran amistad, no pude negarme. Al iniciar la entrevista, noté en este hombre señales claras de que estaba viviendo violencia. Dentro de mí surgían preguntas: ¿cómo un hombre de su tamaño y complexión, corpulento y fortachón, podía tener tanto miedo de su esposa? O mejor dicho, de lo que ella pudiera hacerle.
Durante la charla, entendí la razón de no haberlo visto en el consultorio: su esposa lo vigilaba. Cualquier interacción con otra mujer se convertía en un infierno de celos y violencia, que no solo recaía sobre él sino también sobre sus hijas. Ese hombre vivía bajo amenaza constante; si no atendía cada una de las demandas de su pareja, ella lastimaría a sus hijas en su ausencia. Sé que muchos, como yo en aquel entonces, estarán pensando: ¿por qué no hace algo, por qué no se defiende? Sin embargo, la realidad es que, como muchas víctimas de violencia, él estaba sumido en un desamparo emocional que lo paralizaba y anulaba su voz y sus fuerzas.
Hasta entonces, mi enfoque había sido trabajar en asociaciones para mujeres víctimas de violencia, donde la narrativa predominante era la del hombre agresor y la mujer víctima. Me había concentrado en estudiar los derechos de las mujeres para vivir una vida libre de violencia, sin detenerme a observar el otro lado de la moneda. ¿Dónde quedaban esos hombres que también sufrían abusos? Aquella experiencia me despertó. Comencé un programa para atender a hombres en situaciones similares, y la respuesta fue sorprendente: se abrió un espacio para decenas de hombres que no tenían dónde más acudir. Hoy, después de varios años, he acompañado a muchos hombres sobrevivientes de violencia.
Sin embargo, pocos denuncian, tal vez porque aún queda en las sombras este tema, esta verdad difícil de aceptar. Es momento de arrojar luz sobre la violencia que se ejerce en algunos hogares y que nulifica al hombre en su rol de pareja y padre. En el intento de buscar justicia e igualdad, la sociedad ha dejado huecos legales donde muchas mujeres, o quienes las asesoran, se cuelan para obtener ventajas y desvalorar a estos hombres. Las leyes que fueron pensadas para proteger a las víctimas han sido, en algunos casos, un instrumento de manipulación que desvalida la paternidad y desconecta a estos hombres de sus hijos.
Hombres golpeados, acosados, amedrentados, manipulados emocionalmente y, en los casos más extremos, violados. Es fácil reírnos en tono de broma cuando escuchamos que “ella se quedó con el cheque del marido” o “no lo deja salir a ver a sus amigos,” pero la realidad de estas situaciones es devastadora. Como bien indica Michael Johnson en su teoría de “Violencia de Control Coercitivo”, este tipo de violencia no depende de la fuerza física, sino del abuso de poder emocional y psicológico que mantiene a la persona sometida. Es una violencia que lentamente anula la identidad y la autoestima, perpetuando una relación de dominio y control, aunque venga de alguien físicamente más débil.
Reflexionemos: muchas de estas mujeres, al confundirse con el discurso de la victimización, no logran ver que son ellas quienes violentan y anulan a sus parejas. Es desafortunado que las leyes en nuestro país no reconozcan esta realidad y, peor aún, en algunos casos apoyen la manipulación y el control, obstruyendo incluso la relación de los padres con sus hijos.
Este mensaje es para los hombres que están sumidos en un espiral de miedo y frustración, para los hombres que también merecen vivir una vida libre de violencia. No están solos. Al igual que las mujeres, ustedes también tienen derecho a alzar la voz, a vivir libres, a reencontrarse con la paz y el amor. El camino a la libertad y la sanación es un acto de valentía y fortaleza. Si eres uno de ellos, busca ayuda, mereces una vida digna, llena de respeto y alegría.
¡Nos vemos en la terapia!
Lucía Barrios
Psicoterapeuta, fundadora de CEFAMPI y autora. Experta en terapia breve, violencia de género y derechos humanos. Conferencista y docente en UACJ, ha liderado proyectos significativos sobre psicología y desarrollo humano.