En días pasados tuve la oportunidad de dictar una charla en la Universidad Autónoma de Sinaloa, el tema: Los retos políticos de cara a las elecciones del 2018. Entre los retos que mencionaba estaban: romper con el voto irreflexivo y mecánico; la fiscalización del financiamiento de los partidos políticos y candidatos sin partido “independientes” legal e ilegal; aumentar la confianza y la legitimidad; enfrentar el clientelismo y otras malas prácticas electorales y la violencia política contra la mujer. Uno de los asistentes hizo una pregunta, bueno más bien una participación que bien podría haber sido otra charla. Pero rescatando la esencia, preguntaba ¿Cómo hacer frente a estos retos? ¿Realmente la política y los políticos cambiarán para mejorar al país? Mi respuesta, breve y a bote pronto, le dije sí. Ahora quiero compartir algunas ideas luego de darle un poco de vueltas al asunto.
Me di a la tarea de dialogar con colegas, amigos, el taxista y estudiantes. La opinión al respecto de la gran mayoría no compartió mi optimismo relativo al cambio de la política y los políticos para mejorar. Respecto a las formas para enfrentar los retos, llegaron incluso a expresar propuestas de extremo fascista diría. Desde la exhibición pública, linchamiento y la legislación de la pena de muerte, entre otras.
Cuando volví a repasar los retos, llegue a la conclusión que la mayoría de esos retos tienen una forma básica de ser enfrentados: La educación. Ojo no sólo me refiero a la educación formal; que en muchos casos se comparte de una manera desafortunada en nuestras escuelas. Hablo de esa educación que trascienda los meros conocimientos generales, es decir una educación más informal que se adquiere con las experiencias, en el vivir cotidiano. Es la suma de ambas formas de educación las que nos completan y permite accionar el mundo en donde nos desenvolvemos; y aunque todos somos ignorantes en cierto sentido; socialmente existen ciertos parámetros aceptables o no de ignorancia. La educación es uno de los instrumentos que nos posibilitan salir de la oscuridad y entrar en la luz que la sociedad considera apropiada. Es decir a través de ella se transmiten conocimientos, pero también valores, hábitos, creencias y habilidades.
La educación tiene por ello varias funciones, una de ellas es la que reconocemos con mayor facilidad que es la función personal, es decir propicia el crecimiento y desarrollo personal; otra función muy cercana a la anterior es la permite la identificación de las áreas profesionales atractivas para las personas, es decir su vocación, también está la función otra que es la académica en la que expanden las posibilidades de los especialistas docentes y administrativos; y la otra función, es la social.
La educación puede verse como un arma de doble filo, por un lado permite que las personas del grupo social reproduzcan, repitan, incluso mecánicamente, las formas de funcionamiento y de pensamiento: “para que voto si siempre ganan los mismo” o “los políticos son unos rateros, mejor no participo”. Pero por otro lado la educación puede proveer elementos para transformar el sistema, cambiar el pensamiento y las formas de hacer las cosas. “conozco mis derechos y obligaciones, no me voy a dejar”, “quiero más transparencia para saber mejor como exigir a quien gobierna”
En la medida que mejoremos nuestra educación en esa medida mejoramos; pero el trabajo no sólo es cambiar a los políticos, sino cambiar también como personas y como ciudadanos. Vivimos en lo que llamamos sistema político, social, económico o cultural porque todos los componentes están interconectados. Es decir la mejora es un compromiso del conjunto; nada sencillo por supuesto. Requerimos construir instituciones más sólidas pero no lo lograremos si los actores que participan en su construcción son aquellos cuyos valores y acciones están en detrimento de los otros; imagine ¿qué sucede con el país si quién controla la educación son los políticos deshonestos, corruptos u otras instituciones con otros intereses y además los dejamos que lo hagan solos? Por eso es de relevancia salir de esa oscuridad e ignorancia política. Reconstruir la idea de lo que es ser ciudadano, que seamos esas personas comprometidas social, política y civilmente.
Jesús Alberto Rodríguez Alonso
Doctor en Ciencia Política y de la Administración por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente Profesor-investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez; Presidente de la Asociación Mexicana de Ciencias Políticas.
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