Ciudad Juárez, Chih. – La mayoría de nosotros puede relacionarse con el hecho de terminar una relación, ya sea porque nosotros decidimos ponerle fin, o bien, la persona quien era nuestra pareja, lo decidió. Si nos detenemos a recordar esa etapa de nuestra vida, tal vez podremos recordar con detalle: lo que sentimos, lo que pensamos, los cambios -positivos y negativos- que esto trajo a nuestra vida.
Nuestras respuestas serán variadas dependiendo de nuestra edad, la persona con quien estábamos y el que tan saludable era la relación, pero podemos concluir que después de ponerle fin a una relación, entramos en un proceso de adaptación, que por lo general nos deja un aprendizaje. Un aprendizaje sobre nosotros mismos, sobre lo que queremos, sobre lo que buscamos y sobre quienes somos.
El terminar una relación puede ser, entonces, el inicio de un proceso de autoconocimiento, de maduración y de crecimiento personal. Es un reto que nos saca de la rutina que habíamos creado y que ahora nos presenta una nueva manera de vivir.
De una manera similar, puede describirse el terminar una relación de largo plazo con una enfermedad. Cuando llevas años conviviendo con una enfermedad, tu dinámica diaria, tu toma de decisiones a corto, mediano y largo plazo, así como tus planes y hasta sueños, están impactados por la enfermedad, sus síntomas, sus tratamientos y sus efectos. Creas una rutina, nuevos hábitos y estrategias que se adaptan al papel de “ser un paciente”. Pero, ¿qué pasa cuando después de algunos meses, o inclusive años, se le pone fin a la relación?
El conseguir la cura a la enfermedad es un momento lleno de emociones como: alegría, agradecimiento y fe; sin embargo, también es un momento lleno de incertidumbre y ansiedad que se presenta en preguntas como: ¿Y ahora qué? ¿Qué hago ahora? ¿Cómo es el vivir sin ser un paciente?
Es el inicio de una nueva realidad que trae consigo cambios físicos, emocionales y sociales, los cuales, nos harán redescubrirnos y redefinirnos como persona. Ahora que miramos hacia atrás y nos percatamos las experiencias y retos que hemos enfrentado, llega el tiempo de detenernos y prepararnos hacia el futuro.
No seremos las mismas personas que éramos antes de ser diagnosticadas: vivimos situaciones que nos demostraron lo que somos capaces de superar y que, a la larga, modificaron nuestros intereses, prioridades, metas y sueños.
No regresaremos a la “normalidad” inmediatamente después de ser dados de alta. Cada persona irá asimilando esta nueva realidad a su ritmo. Nadie puede forzarnos, nadie puede obligarnos. Es un proceso, y es más sencillo atravesarlo acompañado de nuestro grupo de apoyo.
Soy el nuevo yo. No podemos ser quien éramos antes, somos una nueva versión de nosotros mismos. Y ahora, después de haber terminado la relación con la enfermedad, tendremos que ir planeando los qué, cómo y cuándo de nuestra vida. Por seguro nos enfrentaremos a nuevos retos, pero gracias al aprendizaje obtenido de vivir con una enfermedad, sabemos que serán retos que podremos superar.
El hecho de terminar la relación con una enfermedad es un aprendizaje que toma tiempo, sobre todo cuando se comienza una nueva relación con tu nueva vida, la vida después de la enfermedad.
Lourdes Tejada
Titulada en Diseño gráfico y pasante de la Maestría en Acción Pública y Desarrollo Social. En su experiencia destaca el ser co-fundadora de una asociación civil y ser miembro fundador de una red de agrupaciones juveniles. Ganadora del Premio Nacional UVM por el Desarrollo Social, cuenta además con el Premio Estatal de la Juventud, el Reconocimiento a Mujer del Año de Ciudad Juárez y la mención de Mujer Líder de México.