La semana pasada tuve la fortuna de asistir a una cena-conferencia para el arranque de un programa de integración y reinserción social de personas privadas de la libertad (PPLs) aquí en Ciudad Juárez. Más adelante, con más calma, podré contarles un poco más sobre este proyecto.
La conferencia estelar fue impartida por Sebastián Marroquín, también conocido como Juan Pablo Escobar, hijo del famoso narcotraficante colombiano Pablo Escobar. Más allá de lo que se ha visto en series de televisión, su historia de vida es realmente impactante. Nos describió cómo, desde su infancia, vivió rodeado de lujos: mansiones, vuelos en helicóptero e incluso la posesión de animales exóticos. Sin embargo, en ninguno de esos años pudo disfrutar plenamente de todo aquello, ya que su familia estaba en constante huida debido a que su padre era buscado por policías y agencias internacionales.
Lo que más me impresionó de su discurso fue su constante insistencia en la construcción de la paz. Juan Pablo Escobar logró el perdón y la reconciliación con muchos de los hijos de las víctimas de su padre. ¡Sí, así como lo lee! Escribió cartas pidiendo disculpas a las familias de políticos colombianos, exagentes de la CIA y otras personas que, de una u otra manera, murieron luchando contra el narcotráfico y la violencia.
Escobar hablaba de no repetir las historias que han demostrado generar más violencia, de formar a nuestros hijos con valores distintos y de promover en nuestro entorno una cultura de paz y reconciliación. Esto puede sonar sencillo o incluso utópico, pero en su caso le costó años de prejuicio y discriminación. Ahora bien, para nosotros, ¿qué nos impide hacerlo? ¿Por qué nos cuesta tanto rechazar de manera tajante la “narco-cultura”, esa que glorifica la violencia y nos hace admirar a quienes cometen actos ilícitos? Esa misma tendencia nos ciega ante la alarmante realidad de que en México desaparecen 14 personas al día.
¿Qué tan difícil es abrir los ojos y alzar la voz contra lo que sucede en nuestro país, contra una violencia que se ha alimentado por décadas de malos gobiernos coludidos con la delincuencia? ¿Qué tan complicado es mostrar empatía con las familias de los desaparecidos y con la impunidad que impera en el sistema de justicia? Y, aún más preocupante, ¿cómo no cuestionarnos que esa impunidad podría agravarse con la nueva propuesta de elegir a magistrados y jueces por votación?
Ser constructores de paz, como planteo en el título de esta columna, no significa que mañana mismo deba renunciar a su trabajo y unirse a las madres buscadoras. Pero sí implica despojarse del traje de la apatía, el silencio, la indiferencia o la comodidad de recibir beneficios de gobierno, para vestir el de ciudadanos comprometidos, de personas que se preocupan por los demás y, sobre todo, de mexicanos que saben distinguir entre lo correcto y lo incorrecto. ¡Eso marca la diferencia!
Podría enumerar decenas de estrategias de seguridad fallidas, sexenio tras sexenio, partido tras partido, pero la realidad es que la violencia y el narcotráfico están cada vez más arraigados en nuestra sociedad y en nuestros gobiernos. Recuperar la conciencia de los mexicanos tomará tiempo, pero hoy, a través de esta columna, quiero invitarlo a que, desde su familia, su entorno laboral o su comunidad, contribuya a la construcción de la paz. Dé el ejemplo, muestre cómo se hacen las cosas bien, con honestidad, aunque ello implique un mayor esfuerzo o incluso la burla de quienes eligen un camino distinto.
La construcción de la paz es una tarea inacabada, una responsabilidad que no recae solo en los gobiernos, sino en todos nosotros. A fin de cuentas, me quedo con el testimonio del hijo de un sanguinario narcotraficante que eligió el camino más difícil, pero cuyo legado en favor de la reconciliación y la paz, estoy segura, trascenderá mucho más allá de todo lo que hizo su padre.

Marisela Terrazas
Ex Diputada por el PAN en Chihuahua. Doctorante en Ciencias de la Educación por la Universidad Libre de Bruselas, Bélgica. Maestra en Educación por UTEP, ex directora del Instituto Chihuahuense de la Juventud y experta en políticas públicas juveniles.