Ciudad Juárez – Las balas no hacen distinción alguna, una vez que son disparadas continúan su trayectoria hasta terminar su alcance o pegar en algún objetivo. Las manos criminales que empuñan las armas de fuego y las accionan tampoco hacen diferencia alguna y omiten distinguir entre quienes recibieron la mortal consigna para ser eliminados y los que, por azares del destino y como mal se dice, estaban en el lugar y momento equivocado.
Muy cuestionable es calificar a un lugar o a un lapso como “equivocado” porque la vida, la tranquilidad y la libertad no son en ningún momento errores, sino derechos inalienables de cualquier persona.
La prerrogativa de estar, permanecer o disfrutar de la existencia en tal o cual lugar parece algo simple, pero en México resulta un inminente peligro.
¿Cuántos hechos han sido reseñados en los que víctimas inocentes –o colaterales como les dicen ahora, como si eso disminuyera la injusticia de sus homicidios– caen muertas o heridas de unos años para acá? Por desgracia, resultan incontables, si me es permitido expresarlo así.
Son demasiados los sacrificios ocurridos en México en ataques en contra de objetivos que, en ocasiones, ni siquiera son alcanzados por los virulentos asesinos que disparan sin procurar al menos evadir a quienes nada tienen que ver en sus ajustes de cuentas.
Un ejemplo de esta situación, que se extiende a lo ancho y largo del territorio mexicano, ocurrió apenas a principios de este mes en Nuevo León, cuando hombres armados atacaron a balazos a los ocupantes de un domicilio en el municipio de Zuazua. Lo que muchas veces ha ocurrido en Ciudad Juárez.
En la refriega, seis menos de edad que jugaban en la calle y eran ajenos a la vivienda resultaron heridos, cuatro de ellos fueron declarados en estado delicado.
Las autoridades, en vez de hablar sobre los orígenes de la problemática que lleva a generar este tipo de acontecimientos y las posibilidades que tenían de atrapar a los responsables de la agresión, se centraron en difundir que la casa objeto de la ilegal intervención era un punto de venta de droga para criminalizar (justificar) lo que ocurrió.
La madrugada de ese día los menores estaban jugando cuando un grupo armado llegó y abrió fuego contra el inmueble.
Los reportes periodísticos que dieron parte de esa incursión armada omiten cualquier dato acerca de los ocupantes de la vivienda, quienes al parecer no sufrieron daños físicos y pudieron escapar, pero los adolescentes quedaron tirados alrededor del sitio, como si ellos fueran los obligados a dar testimonio de la violencia que cimbra a la sociedad mexicana.
Las autoridades pudieron determinar que al menos fueron dos tiradores los que participaron en la agresión que dejó víctimas inocentes a través de una veintena de casquillos que se embalaron en la escena.
En esta ocasión, el destino dejó con vida a los afectados colaterales, pero son cientos, si no es que miles, los hechos que produjeron asesinatos de personas cuyo único error –por decirlo de esa manera- fue encontrarse en las inmediaciones al momento de los ataques.
En otros eventos, igual de aberrantes, si hubo a quienes les arrebataron la vida.
Apenas en agosto pasado una tragedia cimbró a la sociedad de Ciudad Juárez, cuando un comando atacó una vivienda y mató a tres hermanas menores de edad que se encontraban en una reunión de carácter social.
En el sitio se encontraron poco más de 100 casquillos de armas con diferentes calibres, disparadas por manos homicidas que las accionaron deliberadamente contra las personas que estaban en el sitio. Linsay de 14 años, Sherlyn de 13 y Arleth de 4, recibieron los plomos en sus cuerpos, matándolas casi al instante.
Las autoridades de la Fiscalía General del Estado (FGE) en Chihuahua dejaron días después que el objetivo de los sicarios escapó del lugar. Aunque prometieron que darían con los presuntos responsables del homicidio de las tres inocentes, hasta ahora el ofrecimiento permanece incumplido.
Habrá que retraer uno de los acontecimientos que se convirtió en ícono de la guerra contra el narcotráfico que emprendió el ex presidente de México, Felipe Calderón Hinojosa; en enero del 2010 una horda de sicarios arribó a un domicilio del fraccionamiento Villas de Salvárcar, también en Ciudad Juárez, y terminó matando a 15 personas, la mayoría muy jóvenes y estudiantes.
Ninguno tenía algo que ver con actividades relacionadas con el narcotráfico, sólo acudieron a festejar el cumpleaños de un vecino del lugar y de forma impune les quitaron la vida.
Luego se supo que acudió a la celebración una persona que, al parecer, trabajaba para un grupo contrario al de los agresores, pero escapó.
Pasaron nueve meses de la masacre de Villas de Salvárcar cuando la escena se repitió, ahora en una vivienda del fraccionamiento Horizontes del Sur, donde también resultaron asesinados 15 jóvenes.
La lista podría seguir y seguir, sólo cambian los lugares y los nombres de las víctimas que cayeron en incursiones de personas armadas en busca de cumplimentar una sentencia sumaria contra alguien, pero “se llevan entre las patas” a seres que nada tienen que ver con sus negocios ilícitos.
Es difícil alcanzar a comprender la razón por la cual gente, que simplemente se dedica a vivir en su propio entorno, cae atravesada por balas que, en nuestro país, son impulsadas por la impunidad y corrupción que genera la violencia que ahora nos tiene en riesgo a todos en cualquier lugar las 24 horas del día. Indignante.
Martín Orquiz
Periodista en Ciudad Juárez, desde donde ha publicado para el periódico El Fronterizo, El Diario de Juárez y la revista Newsweek. Se ha desempeñado como reportero, coordinador de información y editor. Es comunicólogo por la Universidad Autónoma de Chihuahua y tiene una maestría en periodismo por la Universidad de Texas en El Paso. Recibió el Premio María Moors Cabot 2011 –en equipo con la redacción de El Diario de Juárez–, también es coautor del libro colectivo ‘Tu y yo coincidimos en la noche terrible’
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