Crónicas del Poder
“…El Pueblo Elegido…”
En los resultados de la reciente encuesta del corporativo de análisis demoscópico GEA, citando a nuestro amigo Jorge Castañeda, algunos estudiosos se han detenido en la aprobación de Andrés Manuel López Obrador registrada en dicha encuesta, menor que en otros sondeos; otros, a la inversa, han subrayado la tendencia que se observa en otras pesquisas: a saber, que su aprobación es igual a la de Vicente Fox y Felipe Calderón en el mismo momento de su sexenio. Es deseable centrarse en el porqué aprueba a López Obrador la gente que lo aprueba y el porqué no lo hace quien no lo hace.
La pregunta es sencilla pero significativa, de las siguientes razones, ¿cuál es la más importante para que usted apruebe la gestión de López Obrador? Es una pregunta cerrada: se le ofrecen varias opciones al encuestado, pero no se busca su respuesta espontánea. No es un defecto de la pregunta, sino simplemente una característica.
La razón con mayor número de adeptos —33 %, la mayoría— es que AMLO tiene buenas intenciones. En otras palabras, se trata de una razón entre mágica y pre-democrática, parecida a la idea de muchos rusos con el Zar o Stalin: si solo supiera lo que pasa, no lo permitiría, porque el (pequeño) padre de los pueblos es bueno por naturaleza. La segunda razón —con 12 %— es semejante: porque tengo la esperanza de que las cosas cambien en el país. A mitad de sexenio, se trata de una respuesta hasta cierto punto extemporánea, y también medio mágica. Siguen ya dos respuestas concretas, racionales y lógicas: porque ha tenido buenos resultados (18 %) y porque sus programas sociales han beneficiado a mi familia (18 %). La tercera es de nuevo emocional: porque me identifico con él (12 %).
En el mejor de los casos, 45 % de las opiniones son etéreas, emocionales, mágicas o pre-democráticas; si le sumamos la identificación, llegamos a 57 %. Dicho de otro modo, son respuestas que tienen más que ver con la gente que con AMLO. Son los deseos de la gente, más que las realidades de AMLO. Incluso la identificación es falsa: un porcentaje muy pequeño de la población tiene un abuelo extranjero, terminó estudios superiores o vive en Palacio Nacional (y no en su casa). El número de adeptos debido a la realidad de los beneficiados por los programas sociales es pequeño: se trata del 18 % del 54 %, aunque entre quienes desaprueban a AMLO es muy factible que haya una cierta cantidad de beneficiados también. La razón de la popularidad de López Obrador radica en el pensamiento mágico de la sociedad mexicana y no en los arbolitos, las pensiones, el apoyo a los ninis o las becas. No sé qué conclusiones políticas deba uno sacar de estos datos, pero sí me convencen más que otras explicaciones. Recuerdo un hecho: el desfase entre resultados y logros por un lado y popularidad por el otro es mucho mayor en México que en la mayoría de los países, trátese de América Latina, de Europa, de Estados Unidos y Canadá o de Asia. Solo en la India Narendra Modi puede presumir de un desfase análogo.
Las respuestas a la pregunta opuesta —es decir: ¿cuál es la razón más importante para que usted desapruebe la gestión de AMLO?— son más terrenales. La primera —porque siento que no me representa— alcanza el 30 % y la segunda —porque ha tenido malos resultados— llega al 29 %. Si añadimos la tercera respuesta —porque es un líder autoritario, con 19 %—, llegamos a casi 80 % de la gente entregando respuestas racionales. Pueden ser respuestas erróneas —y también es cierto que la encuestadora formuló ambas series de manera diferente— pero el par de preguntas nos entrega un acercamiento al misterio de la popularidad presidencial.
La gente que lo aprueba lo hace por emociones, esperanzas o atributos personales de López Obrador, por lo menos en la mente de sus seguidores (las intenciones son insondables, por definición). La gente que lo rechaza lo hace por realidades. Debe haber un sector de la sociedad menos inclinado al pensamiento mágico —y más afín al pensamiento basado en realidades— que puede desprenderse del apoyo al presidente. No es grande ese segmento, pero en teoría no es minúsculo. La clave de todo yace en saber si ese sector va a cambiar de bando, conforme los méritos personales de AMLO se esfumen y los resultados se tornen más visibles, y más contundentes.
Y justamente, lo mágico radica en la cobertura conceptual populista que sustantiva a esa entidad buena para todo que esconde la ambigüedad de la palabra “Pueblo”. Quiero traer a este texto de Voces Libres un muy reciente aporte del intelectual argentino Diego Fonseca, que hace una disección luminosa de este concepto repetido hasta la saciedad en el discurso populista. Aquí van algunos extractos de su último libro llamado “Amado Líder. El universo político detrás de un caudillo populista”
“…Tres grandes campos ideológicos, recuerda Canovan, componen la tradición política de Occidente, conservadores, socialistas y liberales, pero debe reconocerse hoy un cuarto término, que no alude a un sistema coherente de ideas como en las otras vertientes del espectro, y cuyo concepto clave no convive fácilmente con los de “nación”, “clase” e “individuo” que constituyen el ethos de ese trío histórico. Ese concepto clave es el de “pueblo”, una idea cuya realidad es siempre abstracta, y sus límites, difusos. Un segmento mítico de la población general, diría Mudde, una “comunidad imaginaria”…”
“… ‘El Pueblo’ es empleado para designar un abanico de agentes. Los clásicos griegos y romanos concebían un triple uso para la figura: ‘pueblo’ designaba a los miembros del polity aristotélico; a la gente común; y a la nación en términos culturales. Hoy, El Pueblo es una entidad tan políticamente inasible que puede ser materia política y sobre todo, una comunidad moral, aun en estado gaseoso…”
“…Hay un punto central en el valor de El Pueblo como actor político o simple actor de reparto: su incidencia, real o presunta. En la concepción de participación popular acuñada por Jean-Jacques Rousseau en El contrato social, la participación activa del pueblo constituye a El Pueblo como tal. Es real, su participación en el diseño del poder es efectiva, no testimonial. En el populismo esa acción es secundaria: el pueblo es un actor político reconocible solo si milita por y para el caudillo. En el primer caso, las personas deben actuar para hacer oír su voz, mientras que en el segundo Amado Líder interpreta una “sustancia simbólica” de lo que es el pueblo y moviliza a las masas, pero con la salvedad de que no las quiere activamente movilizadas ni siempre…”
“…Curiosamente, aquellos movimientos se basaron o se basan, en una desconfianza extrema por el pueblo. Sus jefes creen que sus pueblos no pueden gobernarse y que debe haber un líder que los guíe, que los lleve. Y que ese hombre fuerte, muy pocas veces una mujer fuerte, es alguien excepcional que debe mantenerse al frente; no un representante sino un conductor, un redentor, una figura más o menos sobrehumana. Alguien que no está ahí porque es como todos los demás sino porque es distinto de todos los demás, un elegido, un carismático. Alguien que, por su existencia, sirve para consolidar el principio de autoridad, de diferencia. Por eso sus líderes, tan decisivos, terminan por caer en la tentación de sí mismos: “Es ese momento en que miran alrededor, miles de cabecitas allá abajo, y piensan pobres, qué sería de todos ellos si no estuviera yo. O, incluso: qué habría sido de todos ellos si yo no hubiese estado. O, si acaso: qué será de todos ellos cuando yo ya no esté. O quizá piensen ay, qué duro ser el único que. O tal vez, quién sabe: ¿por qué será que solo yo lo puedo?…”
“…Lo cierto es que, piensen lo que piensen, creen que el estado, de las cosas, de los cambios, de su ¿revolución? es ellos y que sin ellos nada. Entonces, se contradicen en lo más hondo y ceden de manera gozosa a la tentación de sí mismos”. Para la peronista belga Chantal Mouffe, es recomendable “Para crear una voluntad colectiva a partir de demandas heterogéneas se necesita un personaje que pueda representar la unidad. Así, es evidente que no puede haber movimiento populista sin líder.” La idea de que las personas comparten un movimiento porque quieren lo mismo debe ser anticuada; lo importante es compartir un jefe o una jefa que puedan darte esa impresión y creen esa unidad que nada más justifica…”
“… La dependencia de la voz del caudillo es y debe ser absoluta. No funcionaría de otro modo: Amado Líder decide qué significa ser El Pueblo, quiénes lo componen y, sobre todo, quiénes quedan fuera, ya que el populismo es un ejercicio jerárquico de exclusión, no una construcción horizontal e incluyente. El Pueblo es una figura totémica, un dios luminoso que flota siempre en el discurso del poder populista. En El Pueblo, en dios, radica la verdad, reserva de bondad y sabiduría. La extraordinaria gnosis telúrica. El absoluto…”
“…Pero El Pueblo es una entidad política abstracta, sólo seres concretos pueden darle forma. Solo existe en tanto que es hijo de la imaginación humana. Dado que Amado Líder posee la potestad de definir su sentido y sus límites, de hacerlo existir, es él, en definitiva, quien asume todas las funciones posibles para dar vida a la masa organizada; es el apóstol que construyó el credo, el sumo sacerdote que lo institucionaliza y el mesías que debe realizar la salvación. Si solo Amado Líder entiende a El Pueblo, entonces solo Amado Líder es capaz de hablar con dios. Todavía más: si solo él puede definir a El Pueblo, es decir, a ese ente divino fuente de toda verdad y amor, no puede ser otro que Amado Líder el verdadero dios. No hay religión sin dios, ni dios sin hombres que lo creen. No hay populismo sin Amado Líder. Robespierre tenía claro el fin del razonamiento: El Pueblo era él.
“…Amado Líder refiere a esa vaga figura de El Pueblo al que dice representar, en su lucha contra el mal: contra las élites y sus normas e instituciones; contra la organización económica y la distribución y ejercicio del poder que han impuesto injustamente. Pero como El Pueblo no existe, como no es un actor político real sino una abstracción, como la sociedad civil, la patria o la nación, pues no hay sujeto colectivo concreto, cualquiera puede apropiarse del término y definirlo. Por eso al imaginario voluble de lo que constituye a El Pueblo pueden reclamarlo, en sentido laxo, Adolf Hitler, Andrés Manuel López Obrador, Marine Le Pen y Joe Biden, Neymar o una actriz de telenovelas. “No existe un pueblo que habla sino alguien, algunos, muchos, una minoría o una mayoría, que utiliza el nombre del pueblo para bien o para mal, o lo emplea ‘en vano’ o lo banaliza”, escribe José María Perceval en El populismo: cómo las multitudes han sido temidas, manipuladas y seducidas…”
“…Y este personaje o grupo que habla en nombre del pueblo tiene intereses como tal colectivo, no como pueblo evidentemente, a menos que creamos en el dios bíblico y su pueblo elegido, base de todos los fundamentalismos y nacionalismos radicales. La débil línea invisible que separa la necesaria agrupación de los humanos y su utilización por gestores concretos de esa misma agrupación es la base del populismo…”
Es la Fe, no la Razón. Por eso, la lógica de AMLO hacia el remanente del sexenio, parece con toda evidencia estar cambiando hacia la consagración no del proyecto sino de la persona como un mito.
Sergio Armendáriz
Comunicador en Radio, TV, Prensa Escrita y Portales Electrónicos. Académico Universitario. Funcionario Educativo. Miembro Consultivo en OSC.
Las opiniones expresadas por los columnistas en la sección Plumas, así como los comentarios de los lectores, son responsabilidad de quien los expresa y no reflejan, necesariamente, la opinión de esta casa editorial.