Crónicas del Poder
“…Al diablo con su popularidad…”
Ser popular no significa mecánicamente bien gobernar. Hace tiempo que la medición de la opinión pública en torno a la imagen de los políticos, no goza de la mayor credibilidad en relación a las capacidades de administrar una determinada sociedad. El ejercicio o la experiencia populista han exacerbado la conversión o confusión entre popularidad y buen gobierno.
No hay duda que transferir dinero en un país con enormes niveles de pobreza ha resultado en una imagen de popularidad redentora, casi religiosa. La metáfora atrás es la del padre magnánimo que con toda generosidad se ocupa del bienestar de los hijos en desgracia producto de la situación de pobreza.
Los llamados programas sociales efectivamente palian la pobreza, sin embargo, definitivamente no generan real prosperidad. Tal hecho no afecta en lo absoluto el impacto en la percepción de la popularidad que tiene como efecto lógico “el subsidio monetario a la pobreza” que representa de facto este mecanismo de redistribución social. AMLO es realmente hábil para operar en este terreno, además usa la “chequera” del gobierno para amplificar este mecanismo de sustentabilidad de su popularidad populista. Agregando, por supuesto, la impresionante cantidad de dólares que vienen de las benditas remesas provenientes del odioso “imperio” norteamericano, esta denominación evidentemente falseada por el populismo del personaje que hoy habita en Palacio Nacional.
El problema de principio radicaría en que no hay dinero que alcance en la administración del presupuesto federal para lograr una permanencia prolongada y creciente de esta política pública, incluso pensando en que “sacando dinero hasta por debajo de las piedras”, como por ejemplo la ordeña de fideicomisos y las prácticas de recortes “austericidas”, tienen desde ya un horizonte finito de aplicabilidad. Se especula que quizá en tétrico escenario populista, AMLO pudiera y decidiera intervenir en los fondos de un Banco de México penetrado desde arriba por la 4T, convirtiendo reservas en presupuesto.
El gobierno de AMLO está lleno de taras administrativas, sin duda, sus resultados en cuanto a eficiencia son poco menos que mediocres. Sin embargo, su calidad redentora mesiánica opera a la perfección en la índole espiritual del mexicano precario, doliente de un régimen tecnocrático y largamente insensible, sin duda corrupto. Las encuestas reflejan parcialmente los desacuerdos de la opinión pública con el gobierno del tabasqueño, sin embargo, la desproporción o desmesura de da en una popularidad que no se corresponde con su eficacia y habilidad administrativa, cosa que por cierto a este personaje le importa poco menos que nada.
¿Hasta donde se corresponderán en el año axial 2024, los resultados de popularidad de AMLO con los propios de la elección mayor de ese año? La respuesta es aun incierta, la política es imprevisible, alcahueta y caprichosa. AMLO ha ido demoliendo de manera continuada piezas clave del bloque histórico que le construyó en alto grado su largo proceso de candidatura finalmente éxitosa y que naturalmente en su momento brindó victoriosamente en el clímax de su entronización electoral. No solamente ha abandonado a varios actores fundamentales que lo apoyaron en su éxodo al poder, incluso no desaprovecha oportunidad mañanera para agraviarlos y afrentarlos.
Divide y vencerás es la vieja y poderosa máxima política maquiavélica. El Populismo se maneja con destreza en este caldo de cultivo, México se hunde en el odio y la “revanchocracia”, nadie se salva de la infección social que esto incuba o inocula, en este esquema de maniobra de movilización el país no puede salir bien librado, la casa está fracturada y eso es camino forzado de desgracia. Al parecer no hay incompatibilidad entre montar shows de popularidad y estrellato, demoliendo a la vez las estructuras y cimientos institucionales de una arquitectura esforzada generacionalmente para dar habitabilidad a toda la República. En esta lógica irracional, de fe o creencia y no de razón, algunos grupos e individuos deberán ser “sacrificados” para que los “votos vivan”.
Sin duda, es un desastre el gobierno. Sin embargo, el colapso de su gobierno, en función de los resultados, todavía no merma su popularidad. Así lo demuestra la batería de encuestas publicadas este miércoles al cumplir tres años su gobierno, donde pese a discrepancias importantes, hasta de 11 puntos entre la aprobación más baja y la más alta, mantiene la popularidad de entre 6 y 7 de cada 10 mexicanos, asemejándose a los niveles de aprobación de Ernesto Zedillo, Fox y Calderón a mitad de su sexenio. La repetición de ideas simples le funciona bien. La propaganda más. Lo comprueba la encuesta de EL FINANCIERO.
El 54 por ciento piensa que la economía va bien, y quienes piensan que no, bajaron de 43 por ciento en octubre a 37 por ciento en noviembre. El 74 por ciento dice que la vacunación va muy bien, aunque se ha desacelerado mientras están almacenadas, o perdidas, 40 millones de dosis. El 64 por ciento lo ve honesto, aunque varios miembros de su familia están involucrados en presuntos actos de corrupción o conflicto de interés. El 52 por ciento, en un brinco de ocho puntos en un mes, lo califica capaz para dar resultados, pese a que estos son inexistentes. Incluso en el manejo de la seguridad subió ligeramente la aprobación para su estrategia, y se redujeron los negativos.
AMLO tiene razones para estar contento al iniciar su cuarto año de gobierno. La retórica mañanera le ha funcionado. ¿Por cuánto tiempo más? No hay consenso entre los expertos si le durará todo el sexenio o la realidad terminará por alcanzarlo entre la opinión pública. Lo que sí se puede anticipar es que como van las cosas, igual sale muy bien en popularidad en 2024, pero el país quedará destrozado.
Solo aparente paradoja, la popularidad a espaldas de México.
Sergio Armendáriz
Comunicador en Radio, TV, Prensa Escrita y Portales Electrónicos. Académico Universitario. Funcionario Educativo. Miembro Consultivo en OSC.
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