Crónicas del Poder
“…Ser uno poesía y no poeta…”
Este domingo Voces Libres se concede un respiro de la voraz politización polarizada, así como la licencia verbal para traer a su espacio comunicativo la voz de un destacado crítico cultural, Iker Zabala, que realiza un texto de interpretación de la poesía del español Andrés Trapiello, que remite a la función humana y cultural de la poesía, abordando la sustantiva vinculación entre el amor, el tiempo y la muerte. Reflexión propia de esta época de fin de año y de inminente renovación de ciclos vitales y espirituales. Espero resulte significativa para su comprensión.
“…A medio camino entre la antología y el ensayo, entre el memorial y la autobiografía, entre la prosa y el verso, en La fuente del encanto Andrés Trapiello propone un itinerario en paralelo de su obra en verso y de su vida poética, alternando pruebas de su logradísima consecución de la primera y erigiéndose en voz de autoridad para guiar al lector en su propio camino hacia la consecución de la segunda. Trapiello sigue aquí, como en tantas otras cosas, a Juan Ramón Jiménez “cuando decía, siguiendo las enseñanzas krausistas, que el propósito de un poeta no era tanto escribir poesía como lograr una vida poética, haciendo innecesaria incluso la obra […] Ser uno poesía, y no poeta…”
“…Trapiello invoca lejanísimos recuerdos del paraíso perdido de su infancia, ese período “en el que los momentos de plenitud eran […] nuevos, refulgentes, recién estrenados, […] se sucedían de continuo, inesperadamente”. Y a partir de ellos, elabora un recorrido de más de sesenta años, denso y grácil a un tiempo, mezcla de crítica y de autobiografía (“¿cómo hacer la una sin la otra?”) por toda su vida de lector de poesía, de editor de poesía, de poeta. El espíritu del libro cabe en estos versos de El camino de vuelta, uno de los poemas incluidos en la antología: “Noche estrellada, si te acuerdas, dile / a tus pequeños astros / que me lleven de vuelta / siquiera hasta mi infancia, / que desde allí yo ya sabré orientarme…”
“…Leyendo este ensayo, o antología, o crítica autobiográfica, se conoce en sus más hondos matices el recorrido vital del que brota esa sensibilidad sugerente, cálida y reservada que permea su Salón de Pasos Perdidos, cuya vigesimotercera entrega (Quasi una fantasia) ha publicado también este año. “La poesía es el ámbito de la intimidad, y la historia de la poesía es también la de la conquista de la intimidad” dice en La fuente del encanto. Y en Quasi una fantasia: “La intimidad viene a ser como la proyección de un negativo fotográfico sobre el papel, que a mayor exposición de la luz más se quema, destruyendo la realidad que había apresado. De modo que esto quieren ser estos libros, algo en luz baja entre tú y yo, y eso que a ti ni siquiera te conozco…”
“…En La fuente del encanto Trapiello habla en voz baja, sí, pero con la sutilidad firme con que una flor, bien observada, se echa el universo entero a la espalda una mañana de primavera: “La vida es inacabable, un instante nuestro dura más que toda la eternidad que nos espera, desconocida.” “Si nuestra vida ha sido vivida de modo pleno, es decir, de una manera consciente y atenta, la propia vida nos llevará de la mano a lo largo de los años a otros pequeños paraísos donde las cosas se armonizan de una manera silenciosa y natural, muy parecida, quiero decir poéticamente.” “Haz con la poesía que la muerte no exista. Esa es toda la verdad, toda la belleza…”
“…Yo llegué a Trapiello tarde, tardísimo. La fuente del encanto es de hecho mi primer contacto con su obra poética, y no hace tanto que empecé a deshojar la margarita de sus diarios, ensayos y artículos de prensa, sin haber atacado todavía las novelas. El regalo desde que llegué con retraso a su obra es continuo, y pasé de envidiar a quienes hace ya veinte años que dijeron “cómo no he descubierto esto antes” ante un tomo del Salón a sentirme mucho más afortunado que ellos, teniendo tantos aún por leer. Disfruto con sus libros de una manera tan extraordinaria que resulta casi sospechosa, por lo que me tranquiliza dar con alguno que no me atrapa del todo, y que recibo casi con alivio, como la confirmación empírica de lo efectivamente buenos que son todos los demás…”
“…Leer La fuente del encanto es darse un paseo por el panteón ilustre que ha conformado la vida poética de su autor: Jorge Manrique, Bécquer, Emily Dickinson, Unamuno, Machado, Juan Ramón Jiménez, Pessoa… Vuelve Trapiello a una vieja idea suya, la de que todos los poetas escriben el mismo libro: “Me gusta pensar que la poesía no es sino un extenso y único poema que escriben, en épocas diferentes y en diferentes lenguas, los distintos poetas. Según esto, un poeta escribe siempre en un papel prestado y con plumas prestadas. De poeta a poeta solo varía el trazo, la caligrafía”. Cauto, apunta con gracia más adelante: “Trayendo del pasado ejemplos tan egregios se corre el riesgo de que algún efecto malicioso lo interprete mal, y piense que uno trata de subirse a las comparaciones.” Y también: “Me hacía, sí, ilusión no ya codearme con los grandes poetas en un posible encuentro en el más allá del más acá de los poemas, sino permanecer en un rincón, oyendo sus chácharas en silencio, sus bromas, sus pequeñas cuitas.” La modestia de Trapiello no tiene nada que ver con la del Dante que se unía, en el primer círculo del Infierno, a la tertulia del quinteto estelar de Virgilio, Homero, Horacio, Ovidio y Lucano…”
“…En unas páginas magníficas hacia el final de La fuente del encanto habla Trapiello de la muerte como “supremo orden de la memoria”, del “tiempo que todo lo acaba” y del “amor constante que ha vencido a la muerte”. De la poesía, suma de amor, muerte y tiempo, “que hace visible lo no visible, sin destruirlo” y que es “lo que se queda cuando todos se van y el viejo sacristán cierra las puertas del templo y este se sume en una larga noche […] que dura tanto como duró el día. Quiero decir que no hay muerte que dure más que la vida. Y que, pasado un tiempo, alguien volverá a abrir la puerta de ese templo, como hay alguien siempre que posará por vez primera sus ojos en el poema, antes de proseguir su camino hacia otra ciudad remota, donde le espera otro templo”. Esas páginas bastan para hacer de La fuente del encanto un libro merecedor de que en toda generación haya al menos un lector que pose sus ojos en él por vez primera…”
“…Dice también Trapiello: “Que otros vean más [en mi vida de escritor] la prosa que la poesía es hasta cierto punto natural, porque los ojos del mundo están hechos más a la oscuridad que a la luz, como esos peces abisales cuya vida transcurre en las simas marinas.” Debe uno disentir en ese tildar de “oscura” a su obra en prosa, porque doy fe de que ese estilo suyo sigiloso, modesto, exhalado casi en un murmullo logra a veces verdaderos terremotos interiores…”
“…Me alegra leerle más adelante, como en una súbita confirmación: “Oír, ver y callar […] Así me gustaría a mí estar en este mundo, y mientras viva y dure lo que dure la muerte. Y llevar con mis palabras un poco de alegría o consuelo a quien las lea, esté yo o no para ver su semblante o notar el latido de su corazón. Esa esperanza ilumina mis días y crea alrededor la alegría necesaria para seguir trabajando.” Y también, a cuenta de Juan Ramón Jiménez: “Los verdaderos maestros son aquellos que no te cambian la forma de escribir o tu visión de las cosas, sino la vida, y JRJ cambió la mía…”
“…Sin “pretender subirse a las comparaciones”, sepa Trapiello que releyendo La fuente del encanto ha tomado uno conciencia de demasiadas cosas que hace tiempo que debían ser vividas de otro modo, y está obrando en consecuencia. No es poca cosa. Puede que esto le dé igual, y seguramente lo mejor es que se mantenga impasible a estos ruidos y que siga escribiendo en voz baja, alimentando intimidades propias y ajenas desde esos refugios tan evocados en sus libros, la casita del conde madrileña y la casona extremeña de Las Viñas. Lo realmente relevante para quien esto escribe es comprobar cómo Trapiello le va alimentando libro a libro cierto reino privado, íntimo.
“…Cómo cada nuevo libro suyo es vida ensanchada, mirlo fiel, ladrillo visto en la muralla de ese reino. Muralla que voy reforzando librito a librito hasta el día en que pueda decir, como en uno de sus poemas: “Subid cuanto queráis, negras mareas: / somos ya inexpugnables…”
Lo dicho, tan solo un respiro de la envenenada política.
Sergio Armendáriz
Comunicador en Radio, TV, Prensa Escrita y Portales Electrónicos. Académico Universitario. Funcionario Educativo. Miembro Consultivo en OSC.
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