En la dinámica política de nuestro país, es común que las elecciones, tanto nacionales como locales, despierten pasiones intensas y polaricen a la ciudadanía. Sin embargo, es crucial recordar que nuestra responsabilidad social va más allá del simple acto de votar; también implica convivir de manera sana y respetuosa con quienes no comparten nuestras opiniones políticas. En este contexto, resulta pertinente reflexionar sobre la necesidad de mantener la cordura y el respeto mutuo durante estos períodos.
Es natural que los procesos electorales generen debates y confrontaciones. Sin embargo, fanatizarse hasta el punto de perder amistades o crear enemistades por apoyar a diferentes candidatos es un comportamiento que debemos evitar. La democracia se fortalece con la diversidad de ideas y la capacidad de dialogar y disentir sin caer en descalificaciones personales. En cada ciclo electoral, ya sea cada tres o seis años, observamos cómo muchas personas pierden la cabeza por figuras políticas que, en la mayoría de los casos, ni siquiera conocen personalmente. Este fenómeno no solo es inútil, sino también perjudicial para el tejido social.
Vivir en sociedad implica asumir una serie de responsabilidades, entre ellas, la de fomentar un ambiente de respeto y tolerancia. Culpar a los demás o a los partidos políticos por los problemas personales o sociales es una salida fácil que no contribuye a una solución de fondo. En lugar de eso, debemos aprender a vivir responsablemente y enfocarnos en nuestras propias responsabilidades familiares y comunitarias. Cuando las cosas no salen como esperamos, no podemos simplemente señalar a un color o partido; es fundamental hacer un examen de conciencia y asumir nuestra parte en la construcción de una sociedad más justa y equitativa.
El papel del gobierno es indudablemente importante en la gestión de un país, pero no podemos dejar en sus manos la totalidad de nuestras expectativas y responsabilidades. Una sociedad sana y funcional comienza en los hogares. Es en la familia donde debemos inculcar valores de respeto, responsabilidad y compromiso cívico. Debemos prestar especial atención a los modelos que siguen nuestros hijos y hermanos, y esforzarnos por ser buenos ejemplos para ellos. Así, contribuiremos a la formación de ciudadanos conscientes y participativos que no esperan que el gobierno resuelva todos sus problemas.
La educación cívica y los valores familiares juegan un papel fundamental en este proceso. Involucrar a los jóvenes en discusiones informadas sobre política y sociedad, enseñarles a respetar opiniones diversas y a valorar el diálogo son tareas que no pueden ser delegadas únicamente a las instituciones educativas. Los hogares deben ser el primer espacio de formación ciudadana, donde se aprende que la participación y el respeto mutuo son pilares fundamentales de la democracia.
Es importante recordar que la política es un medio para mejorar nuestras condiciones de vida, no un fin en sí mismo. Al fanatizarnos y perder de vista este objetivo, contribuimos a la polarización y al debilitamiento de nuestras instituciones democráticas. La diversidad de opiniones es una riqueza que debe ser aprovechada para el crecimiento y desarrollo de nuestra sociedad, y no para su división.
Qué bueno que no pensamos igual. Esta diversidad es lo que enriquece nuestra democracia y nos permite avanzar como sociedad. Pero para que esto sea posible, debemos aprender a convivir respetuosamente, asumir nuestras responsabilidades y educar a las nuevas generaciones en los valores cívicos.
Verena González
Lic. en Ciencias de la Comunicación