Mis manos no sólo son bellas, también son capaces de cuidar, curar y nutrir a los seres que amo. Estoy en este mundo no como una figura decorativa ni para el placer de nadie, sino para mi propia realización. He venido a prodigar los dones que heredé de mi Madre Eterna para enseñar a amar a los hombres, compartiendo con ellos la sutileza de mi espíritu mágico.
Yo soy quien calma las tempestades del corazón con sabiduría y dulzura. Yo no vengo a provocar a nadie, no es esa mi misión. No estoy aquí para ser igual al hombre pues solo yo puedo ser yo, mujer, única e irrepetible. No he venido a competir con las demás mujeres ni por un hombre ni por un título de belleza.
Estoy aquí para ser la luz del mundo, para ser quien transforme esta edad de hierro en la edad dorada, donde hombres y mujeres formen el equilibrio perfecto que haga que esta tierra vuelva a florecer en amor y armonía.
Las princesas compiten entre ellas, las diosas somos una hermandad. No tenemos que ser amigas para reconocernos, respetarnos y protegernos unas a otras. Compartimos los mismos secretos y nos entendemos con una sola mirada. No hacemos pactos de complicidad ni tenemos grupos exclusivos.
No tenemos secretos de belleza porque la belleza de nuestro espíritu es imposible de ocultar. Las diosas no nos deprimimos ante las tribulaciones de la vida, simplemente tomamos la lección y dejamos ir el sufrimiento.
Cuando damos, las diosas no esperamos algo a cambio, tenemos la certeza de que recibiremos pues conocemos el equilibrio entre dar y recibir, no siempre se cosecha donde se siembra.
Las princesas sueñan con un príncipe encantado que venga a darle sentido a su existencia, las diosas sabemos estar perfectamente bien con compañero y sin él, porque nuestro valor como mujeres no lo determina el tener un hombre a nuestro lado, agradecemos cuando el amor llega y también cuando se va.
Las princesas temen a la vejez, las diosas somos eternas y sabemos entregar al dios del tiempo todo lo que la vida nos ha dado: Juventud, belleza, vitalidad, salud, y lo que haya que entregar, porque sabemos que todo es un préstamo y lo devolvemos con dignidad, agradecidas de haberlo disfrutado.
Las diosas no tenemos arrepentimientos porque entendemos que cada error es un aprendizaje y la vida misma es una lección que solo termina cuando ya no hay más nada que aprender. Una princesa sueña, una diosa vive y crea. La vida de una princesa es un cuento, la vida de una diosa es una realidad vivida con intensidad momento a momento.
Todas y cada una de las mujeres esparcidas por el mundo formamos el cuerpo de la Diosa Madre, cuya bendición se extiende por dondequiera que una de sus hijas pisa y cuyo amor palpita en cada corazón de mujer.
Yo, mujer, soy la madre del universo y el universo mismo, soy polvo de estrellas, soy la fuerza que impulsa las mareas, y el beso que da vida a todo lo que existe. Esa soy yo. Vivo aquí y ahora en el eterno presente. ¡Soy!
Día Internacional de la Mujer
Rosy Chumacero
Oriunda de Ciudad Juárez, es madre de tres hijas y abuela de cuatro nietos. Incursionó en la iniciativa privada, en la locución de noticieros, en la docencia de idiomas y en los bienes raíces en El Paso, Tx.
Empezó su búsqueda en el camino espiritual en el año 2002, estudiando Raja Yoga con la Maestra Hindú Didi Lavina Vaswani en El Paso Texas, donde vivió por 14 años, recibiendo Nombramiento de Maestra de Raja Yoga en el Centro de Retiros de Madhuban - Rajasthan, India, en 2002.
Es Miembro de la Universidad Espiritual Mundial Brahma Kumaris desde 2002 y Ministro Ordenada por la Hermandad Espiritual Mundial desde 2008.
Escribe la columna "El Rincón del Alma", en la revista semanal Weekend.
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