Poner nombres o etiquetas al cine ha sido desde siempre el pasatiempo favorito de los cineastas norteamericanos, con lo cual creen dirigir las películas hacia el mercado que llenará las salas. De esta manera entendemos que el cine western o del oeste es dirigido a quienes gustan de ver caballos y diligencias en la pantalla; o el cine negro, también conocido como film noir, es para quienes gustan de las historias de gángsters y asesinatos; y qué decir de las películas de ciencia ficción, que nos hacen visitar desde el fondo del océano más apartado hasta el planeta más inhóspito del universo. Es así como en los últimos años han nacido dos nuevas categorías que dividen al cine: uno creado para chicas conocido como chick-flick, y el otro dirigido al género masculino, conocido como guy-flick.
Aunque el cine “para hombres” ha abarcado la comedia, como es el caso de la película “¿Qué pasó Ayer?” lo cierto es que es el género de la acción donde se ha encontrado a la gallina de los huevos de oro. Películas cuyo ingrediente principal es la testosterona, que se refleja en músculos, violencia y situaciones propias del género masculino y que hacen que el espectador quiera ser como el héroe de la película que está viendo en pantalla. En este tipo de cintas, el papel de la mujer se reduce a ser simple adorno, el objeto de deseo del protagonista o el trofeo a ganar una vez que ha vendido a sus rivales masculinos.
Un guion típico que se repite en cada película, tal como la historia de la Cenicienta en el caso de las cintas “chick-flick”, es la historia del héroe enfrentado a mil batallas ya sea porque ha sido acusado injustamente de un delito y tiene que probar su inocencia o bien para rescatar a la mujer que ama de las garras de sus enemigos. Mención aparte merecen las películas de súper héroes en las que el objetivo a salvar es la población de amenazas tales como asteroides o desastres naturales, o de enemigos omnipotentes como en las películas de James Bond, unos de los íconos de las películas guy-flick.